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¿Cuál es el pecado imperdonable? Mateo 12:31

Leamos lo que dice Mateo 12:31

“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada”.

Este pasaje ha presentado siempre alguna dificultad para su interpretación. Pero podemos llegar a conclusiones bíblicas si seguimos el principio de la sana hermenéutica tomando en cuenta el contexto del pasaje. Un grave error en el cual muchos caen a la hora de interpretar las Escrituras es no tomar en cuenta el contexto del pasaje. La Biblia es un libro que lleva un hilo de pensamiento desde el principio hasta el fin. En ella no hay contradicción alguna, ella misma es su mejor intérprete. No podemos tomar los pasajes aislados y sacar de ellos conclusiones sin tomar en cuenta el resto de la Palabra, esto es peligroso y conduce al error.


Para entender el significado del pasaje en estudio debemos partir desde el versículo 22. El Señor había sanado a un hombre que estaba poseído por un demonio, el cual le causaba que fuera sordo y mudo. Cuando Jesús libró al hombre de la presencia del demonio, éste recobró el habla y la capacidad de oír. La mayoría de las enfermedades no son producidas por la presencia de demonios, sino que obedecen al desgaste natural que el cuerpo humano presenta a causa de la maldición dada por Dios en la caída original. Todos los hombres heredamos cuerpos que un día volverán al polvo de la tierra. Pero el personaje del pasaje en estudio estaba enfermo por una presencia maligna y diabólica.Este milagro de Jesús produjo una profunda admiración en el pueblo que se preguntaba si este hombre no sería el Mesías prometido. Muchos estaban siendo inquietados para creer en él, porque las señales que los profetas habían predicho que caracterizarían la venida del Mesías redentor estaban siendo cumplidas. Esto preocupó en gran manera a los fariseos, pues, ellos no estaban interesados en reconocer al Mesías, solo pensaban en conservar su propia preeminencia religiosa. El pueblo estaba viendo al Mesías que obraba milagros, mas los fariseos veían a un hombre impostor. Estos religiosos habían cerrado sus mentes y corazones para no creer que Jesús fuera el Mesías prometido. Ellos conocían las Sagradas Escrituras de manera profunda y sabían que el Mesías haría estas obras, mas no estaban interesados en reconocerlo, pues, Jesús había denunciado su superficialidad religiosa y su alejamiento de Dios.
El versículo 25 dice que Jesús conocía los pensamientos de los fariseos, es decir, conocía lo que había dentro de sus corazones. El sabía que los corazones de estos religiosos estaban cerrados para no aceptar la verdad que se revelaba en Jesús, a pesar de las claras evidencias no deseaban aceptarla. Su corazón se había endurecido de manera conciente.Siendo así el endurecimiento voluntario de estos religiosos, entonces, en afán de no aceptar la mesianidad de Jesús, aducen que las obras de Cristo fueron realizadas por obra de Satanás. ¿Habían investigado estos fariseos el origen del poder de Jesús? No, ellos no estaban interesados en conocer la verdad, solo deseaban desacreditar al Hijo de Dios. Si tan solo hubiesen abierto su corazón para conocer la verdad, entonces de una manera fácil hubiesen visto en Jesús el cumplimiento de las profecías. Cuando el hombre endurece su corazón de manera voluntaria y conciente, entonces no queda mas camino que seguir endureciéndose contra Dios. Esto fue lo que pasó con el Faraón del tiempo de Moisés. Él se endureció contra la voluntad de Dios, y su camino fue seguir rebelándose contra el Rey de Reyes.

Jesús no deja a estos fariseos en su ignorancia, sino que con amor divino les explica lo absurdo de sus suposiciones y trata de conducirles a la verdad. “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás hecha fuera a Satanás, contra sí mismo está divido; ¿Cómo, pues, permanecerá su reino? (v.25-26).

Luego de explicarles lo absurdo de sus acusaciones pasa a hacerles ver que esta blasfemia no podrá ser perdonada, porque no hablaron en contra de Dios Padre o del Hijo, sino en contra del Espíritu Santo.

Ahora la pregunta es ¿Porqué hablar en contra del Espíritu Santo es tan grave y terrible?

La palabra que se utiliza en este pasaje es “blasfemia”. En el griego la palabra usada para blasfemia significa “el uso de un lenguaje insolente dirigido contra Dios o contra el hombre, la difamación, la burla, la injuria (Ef. 4:31; Col. 3:8: 1 Tim. 6:4).[1] Toda blasfemia en contra de la divinidad no quedará impune, sino que recibirá su castigo merecido. Esto es lo que nos deja ver la Santa Ley de Dios cuando dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” Éxodo 20:7. Debemos ser cuidados en cómo utilizamos el nombre santo de Dios. Cuan irreverente somos en comparación con los creyentes del Antiguo Testamento, quienes no se atrevían siquiera a pronunciar el nombre de Dios por temor a no ofenderlo, usándolo vanamente. Ahora nosotros somos descuidados en utilizar el santo nombre de Dios, incluso para cosas superfluas y vacías, por lo tanto, vanas. Por ejemplo, si estamos martillando y nos damos en el dedo con el martillo pronunciamos el nombre de Dios, si nos sorprendemos por algo mencionamos el nombre de Dios o de Jesús, y así, por cualquier cosa mencionamos el nombre de Dios. Creo que nos hace falta ir a las Sagradas Escrituras y ver cómo Dios pide que su santo nombre sea reverenciado, porque el nombre de Dios es mas que simplemente un título, representa a la persona que lo posee.

No obstante, incluso usar el nombre de Dios vanamente es un pecado que puede ser perdonado. E apóstol Pedro fue perdonado luego de haber ofendido a Jesús, de haberlo negado y hablar maldiciones en su contra. (Mr. 14:71; Jn. 21:15-17).

Pero la blasfemia contra el Espíritu de Dios no podrá ser perdonada. ¿Por qué?

Porque la función del Espíritu Santo es “convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). La tercera persona de la trinidad actúa en el corazón del hombre con una influencia santa trayéndole a la convicción de que es pecador y necesita reconocer a Jesús como su Salvador y Señor. Cuando el hombre cierra su corazón de tal manera que rechaza la influencia del Espíritu de Dios que procura convencerle, entonces, quién podrá convencerlo de su necesidad espiritual. Ya no queda mas esperanza. Nadie más podrá hacerlo. Aunque Dios le muestre sus maravillas a través de sus siervos, éste hombre que se cierra completamente a la influencia del Espíritu Santo, ya no podrá creer en Cristo, ni buscará su favor, pues solamente el Espíritu de Dios podrá convencerlo de esta necesidad. He aquí la respuesta de porqué la blasfemia contra el Espíritu Santo no podrá ser perdonada.

Los Fariseos a los cuales Jesús dirige sus palabras estaban cerrando toda posibilidad de ser convencidos por el Espíritu de Dios de la necesidad que tenían de Jesús como salvador. Ellos no querían ver la revelación que el Espíritu daba de Jesús. No aceptaban las palabras de Cristo cuando éste les confrontaba con su pecado, pero tampoco querían ver las obras milagrosas que Jesús hacía como testimonio de que él era el Mesías esperado por Israel y que les salvaría de sus pecados. Su blasfemia consiste en rechazar la obra de convicción del Espíritu Santo, adjudicando su labor a la labor de Satanás. Preferían creer que Satanás estaba dividido y en contra de sí mismo expulsando los demonios de los hombres, en vez de ver lo que era claramente la obra de Dios. Eran tan ciegos como aquel que se saca los ojos para no ver. Su corazón se había endurecido en contra del Mesías, y cada día lo endurecían de tal manera que, aunque Dios mismo se les estaba revelando de manera clara con obras milagrosas, preferían creer que Satanás se había dispuesto a ayudar a las personas, en vez de mirar lo que era obvio, que Jesús era el Mesías que había venido para dar liberación espiritual a su pueblo.

Aquí está la blasfemia contra el Espíritu. Un hombre que rechaza de manera conciente y categórica la voz del Espíritu que le puede convencer de su pecado. ¿Podrá arrepentirse de su pecado alguien que no ha sido convencido como pecador? ¿Podrá venir a Cristo en busca de su ayuda alguien que no sabe de la necesidad espiritual que tiene? De ninguna manera. Es por eso que Jesús dijo “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Luc. 5:31-32). Ahora, ¿Habrá algún hombre en esta tierra, excepto Cristo, que haya nacido sano espiritualmente y no necesite del médico eterno? Absolutamente no, todos los hombres hemos nacido con la putrefacción del pecado y enfermos, necesitados de Jesús. Pero Jesús se refiere a que él vino a sanar solo a aquellos que reconocen su propia pecaminosidad y acuden a él en busca de salvación. Los fariseos pensaban que ellos no necesitaban del salvador, ellos creían que eran lo suficientemente buenos como para estar bien con Dios y no escuchaban la voz del Espíritu que les mostraba su pecaminosidad y les inducía a buscar ayuda en Jesús. Ese es el peligro de la religiosidad. Los corazones de los religiosos se engordan con su pecado de orgullo espiritual y luego terminan creyendo que son tan buenos como Dios mismo. Ellos piensan que no necesitan escuchar el evangelio, y si algún día asisten a un culto cristiano ellos creen que Dios se siente halagado por que estos buenos hombres fueron a adorarle. Qué pesar con los que piensan así, para ellos ya no hay esperanza. Y no hay esperanza, no porque el sacrificio de Jesús no sea tan poderoso como para cubrir sus pecados, sino que ellos jamás vendrán a Cristo buscando el perdón. Ese es el pecado imperdonable, o lo que Juan llama el pecado de muerte. Es grave e imperdonable, simplemente porque ellos jamás vendrán al Señor en búsqueda de perdón. Ellos nunca se arrepentirían de ese pecado, y sin arrepentimiento no hay perdón.

William Hendriksen dice al respecto: “El pecado de ellos (Los fariseos y los que blasfeman contra el E.S.) es imperdonable porque no quieren caminar por el sendero que lleva al perdón. Hay esperanza para un ladrón, un adúltero y un asesino. El mensaje del Evangelio podrá hacerlo exclamar: “Oh Dios, sé propicio a mi pecador”. Pero cuando un hombre se ha endurecido a tal punto que ha determinado no prestar atención a las indicaciones del Espíritu, ni siquiera escuchar sus ruegos y su voz de advertencia, se ha puesto a sí mismo en el camino que lleva a la perdición.”[2]

¿Puede un creyente cometer el pecado imperdonable? Debemos ser cuidados al responder esta pregunta, ya que nuestras iglesias locales están compuestas por varias clases de miembros. Por un lado están los que realmente son creyentes, es decir, aquellos en los cuales el Señor ha obrado un nuevo nacimiento y esto es evidenciado por frutos de sincero arrepentimiento. Por otro lado están aquellos miembros que piensan que son salvos porque hicieron una profesión de fe, o porque hablan como cristianos, o porque tienen la cultura evangélica, o porque cumplen con algunos deberes religiosos. Es decir, entre los miembros de las Iglesias puede haber muchos que realmente son creyentes, pero pueden haber otros que no han nacido de nuevo. Éstos últimos se encuentran en una situación de grave peligro espiritual, porque el pecado imperdonable, en el contexto del pasaje que estamos analizando, fue cometido por religiosos. Vivir como cristiano y estar en el seno de la iglesia local como si se fuera salvo, cuando en realidad no hay una obra de regeneración y no se presentan frutos de sincero arrepentimiento, es un riesgo peligroso para el alma, pues, el tal termina creyendo que es salvo cuando en realidad no lo es. Su corazón gradualmente puede irse cerrando a la voz del Espíritu que le llama al arrepentimiento mediante la predicación del Evangelio, y piensa que esto no es para él, sino para los que están fuera de la membresía de la Iglesia. Con el tiempo terminará rechazando las obras que el Espíritu hace para mostrarle su necesidad de Jesús y su falta de arrepentimiento, adjudicándolas a Satanás. Las predicaciones que el Espíritu de Dios de a través de los pastores o predicadores revelando el pecado y la falta de arrepentimiento de este falso creyente, serán desestimadas por el blasfemo y las menospreciará en perjuicio de su propia alma. Es por ello que todos nosotros debemos examinar nuestro corazón, debemos suplicar al Soberano Redentor que nos ayude a revisar si nuestra profesión de fe es sincera o si solo nos estamos engañando como los religiosos del tiempo de Jesús. En la primera carta de Juan cap. 5 ver. 16 se habla del pecado de muerte que puede ser cometido por algunos aparentes creyentes. De la misma manera Hebreos 6:4-8 advierte a aquellos que han estado en el seno de la iglesia local, disfrutando de las bendiciones generales de la predicación del Evangelio, pero su corazón no se ha arrepentido genuinamente confiando en el sacrificio de Jesús, sino que buscan otra forma de reconciliación con Dios, para los tales no hay esperanza porque están despreciando de manera conciente el único camino que les puede conducir a la salvación. También Juan en su primera carta habla de muchos aparentes creyentes que estuvieron durante algún tiempo en el seno de la iglesia local, pero luego se volvieron anticristos. Éstos eran nubes sin aguas, sepulcros blanqueados, que aparentaban tener vida espiritual, y por algún tiempo engañaron a los hermanos de la Iglesia local, pero luego se manifestó lo que realmente eran ellos. Engañaron sus almas, no eran verdaderos creyentes, es por eso que Juan dice “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”. 1 Juan 2:19.


Pero debemos afirmar de manera enfática que un verdadero creyente, es decir, alguien que ha nacido de nuevo por el Espíritu de Dios, JAMÁS podrá cometer el pecado imperdonable, precisamente porque el pecado imperdonable está relacionado con la incredulidad voluntaria. Pero si alguien ha creído sinceramente y ha buscado el perdón de sus pecados en Jesús, entonces éste no corre el peligro de cometer el pecado de muerte. Cuando un creyente está preocupado por que piensa que ha cometido el pecado imperdonable, esto es muestra genuina que no ha cometido ese nefasto pecado, porque su corazón es sensible al pecado. El que comete el pecado imperdonable jamás se preocupará por su estado espiritual, no tiene interés en sus asuntos espirituales. El que ha nacido de nuevo tiene la cimiente de Dios en él y ésta no le deja abandonar la fe, porque el Espíritu de Dios perseverará en él hasta el fin.[1] Hendriksen, William. Mateo, Página 553
[2] Hendriksen, William. Mateo. Página 554-555
Presidente en Seminario Reformado Latinoamericano | Website | + posts

El Pastor Julio C. Benítez posee una Licenciatura en Filosofía, una Maestría en Estudios Teológicos y un Doctorado
en Ministerio. Ha sido pastor en la Iglesia la Gracia de Dios desde el año 2010, y por más de 15 años fue director del Instituto Bíblico Reformado de Colombia en convenio con el Miami International Seminary. Ha escrito varios libros: Las riquezas de Su gracia (Efesios), Cómo plantar iglesias bíblicas locales, la querra espiritual desde una perspectiva reformada, Cómo detectar a los faltos maestros (Judas); entre otros.
Actualmente colabora como presidente del Seminario Reformado Latinoamericano

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