Introducción
Estamos cerca de la noche de navidad y con ello llegan los miles de debates sobre si esta celebración es bíblica o no. El mundo pierde de vista su verdadero sentido al distraerse en las vanidades de la vida, pero en gran medida los cristianos también lo hacen, ya sea porque -como el mundo- se pierden en las vanidades y en el ajetreo que nos traen estas festividades, o porque nos distraemos en innumerables debates sobre este tema.
También es cierto que la tradición cristiana no siempre ha sido uniforme respecto a esta celebración. Algunos la han condenado, otros la dejan a la libertad cristiana y otros la han promovido como un deber. Los presbiterianos escoceses incluso se opusieron a la celebración de los días santos como la natividad en el sentido litúrgico, pero no necesariamente a una celebración cultural. Por otra parte, está más que demostrado que Jesús no pudo haber nacido en diciembre, pero los padres de la iglesia decidieron celebrar su nacimiento en esa época para contrarrestar una celebración pagana en la cultura romana.
Ahora bien, la temporada navideña nos brinda una oportunidad única para que reflexionemos y compartamos con otros sobre el significado del nacimiento de Cristo (¡Qué misterio!). El debate sobre la celebración nunca cesará, así que se omitirá para dar lugar a lo realmente importante que es centrar nuestra atención en el evento histórico y trascendental que se celebra. No es solamente que Él se haya encarnado, es que ese nacimiento tenía fines específicos. Esta breve reflexión explicará el mensaje de Lucas 2:1-20 bajo dos grandes perspectivas: Cristo ha nacido para reinar y Cristo ha nacido para salvar, pero primero se explorará rápidamente el contexto del pasaje.
Contexto
El Evangelio de Lucas tiene como propósito presentar un relato ordenado que muestre a Cristo como el Salvador del mundo . En el contexto del pasaje de Lucas 2, hay tres aspectos fundamentales que destacan e iluminan nuestra interpretación:
Primero, la expectativa del pueblo. El pueblo judío esperaba al Mesías prometido, como lo indicaban las profecías del Antiguo Testamento. Esta esperanza se percibe claramente en figuras como María (Lc. 1: 46-56), Zacarías (1: 67-79), Simeón (2:25-32) y Ana (2: 36-38), quienes expresaban un anhelo profundo por la consolación y redención de Israel.
Segundo, los actos sobrenaturales. Desde el anuncio angelical del nacimiento de Juan el Bautista (Lc. 1:5-24) hasta la concepción virginal de Jesús, Dios interviene de manera sobrenatural para cumplir su plan de redención. Incluso Juan, en el vientre de su madre, reconoció a Cristo en el vientre de María (Lc. 1:39- 45).
Tercero, el control soberano de Dios. Cada detalle del nacimiento de Jesús fue cuidadosamente orquestado. Los personajes y los eventos fueron meticulosamente calculados para cumplir las profecías y llevar a cabo el plan eterno de salvación. Un ejemplo fue el edicto de censo del emperador romano César Augusto, que obligó a José y su mujer a movilizarse desde Galilea hasta Belén (Lc. 2:1-7).
¡Ha Nacido para Reinar!
Lucas 2:1-7 habla de un censo que fue decretado por César Augusto y que obligó a José y María a viajar de Nazaret a Belén, cumpliendo así la profecía de que el Mesías nacería en la ciudad de David (Miqueas 5:2). Este detalle que se suele pasar por alto revela el gobierno soberano de Dios, quien utilizó al emperador más poderoso de la época para cumplir sus propósitos. Incluso alguien tan poderoso como el emperador romano estaba bajo el control de nuestro Señor.
El contraste entre César Augusto y Jesús no puede pasar desapercibido para nosotros. Mientras que Augusto era venerado como el hombre más importante de su tiempo, el nacimiento de Jesús ocurrió en la humildad de un pesebre. La humillación de Jesús en la encarnación fue profunda (Fil 2:5-8). Escoger nacer en un pesebre en lugar de hacerlo en un palacio, tener por padre a un carpintero en lugar de un emperador, revela un progreso en su humillación. Sin embargo, este niño nacido en la pobreza sería quien dividiría la historia de la humanidad en «antes y después de Cristo» y establecería un reino eterno.
El profeta Daniel, 500 años antes, predijo este reino en una visión donde una piedra cortada no con manos de hombre destruye los reinos humanos y se convierte en un monte que llena toda la tierra (Daniel 2:34-35). Jesús, humillado hasta la muerte y muerte de Cruz, trae un reino eterno que conquistará y dominará a todos los demás. Dios, en su sabiduría, eligió lo insignificante a los ojos del mundo para manifestar su poder y gloria. No había hermosura en Él (Isaías 53:2). Él triunfó en la debilidad. Cristo, nacido en circunstancias humildes, vino a reclamar su trono como el Rey eterno que trae paz verdadera; no la paz pasajera y frágil de la «Pax Romana» , sino una paz permanente y firme que transforma corazones y reconcilia al hombre con Dios.
¡Ha Nacido para Salvar!
El anuncio del ángel a los pastores (Lc. 2:8-20) resalta que Jesús no solo vino a reinar, sino también a salvar. Su nacimiento es con propósitos. Las palabras del ángel son claras: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (2:11). Este mensaje fue acompañado por la alabanza celestial de los ángeles, quienes glorificaban a Dios por Su llegada.
El hecho de que los primeros testigos del nacimiento fueran pastores no es accidental. Según Alfred Edersheim, estos pastores cuidaban los corderos destinados al sacrificio en el templo. Esta conexión tipológica es profunda. El Cordero de Dios, que quitaría el pecado del mundo, fue reconocido primero por aquellos que cuidaban los corderos destinados a ser sacrificados. Los pastores dejaron las sombras para contemplar al verdadero Cordero, quien ofrecería el sacrificio último y perfecto .
La obra salvadora de Cristo es el corazón del Evangelio. Así que, cuando celebramos la salvación que él ganó por nosotros, es inevitable que meditemos en su encarnación. Las palabras de Agustín de Hipona son profundas para contemplar este misterio:
Se hizo hombre quien hizo al hombre. De esa manera toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan, sed la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; falsos testigos acusan a la verdad, un juez mortal juzga al juez de vivos y muertos, gente injusta condena a la justicia; la disciplina es castigada con azotes, el racimo coronado de espinas, la base colgada de un madero; la fortaleza aparece debilitada, la salud herida, la vida muerta. Ni él que por nosotros sufrió tantos males hizo mal alguno, ni nosotros que por él recibimos tantos bienes merecíamos bien alguno. Con todo, para librarnos a nosotros, a pesar de ser indignos, aceptó sufrir tales ignominias y otras parecidas. Con esa finalidad, el que existía como hijo de Dios desde antes de los siglos sin un primer día, se dignó hacerse hijo del hombre en los últimos días. Y nacido del Padre sin ser hecho por él, fue hecho en la madre que él había hecho. Comenzó a existir aquí al nacer de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido existir a no ser por él .
¡Despierta, hombre; por ti Dios se hizo hombre! […] Estarías muerto para la eternidad si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te verías liberado de la carne de pecado si él no hubiese asumido la semejanza de la carne de pecado. Una miseria interminable te poseería si él no se hubiese hecho esta misericordia. No hubieses revivido si él no se hubiese asociado a tu muerte. Hubieses desfallecido si él no te hubiese socorrido. Hubieses perecido si él no hubiese venido .
Escuchad, hijos de la Luz, adoptados para el reino de Dios; escuchad, hermanos amadísimos; escuchad y exultad, justos, en el Señor, de modo que la alabanza vaya a tono con vuestra bondad. […] Puesto que celebramos este día aniversario, esperad el sermón que él se merece. Ha nacido Cristo: como Dios, del Padre; como hombre, de madre; de la inmortalidad del Padre y de la virginidad de la madre. Del Padre, sin madre, y de la madre, sin padre; del Padre, sin tiempo; de la madre, sin semen; en cuanto nacido del Padre es principio de vida; en cuanto nacido de la madre, fin de la muerte; nacido del Padre, ordena todos los días; nacido de la madre, consagra este día .
Conclusión
La natividad, aunque a menudo será desvirtuada por el materialismo, las vanidades del mundo y los debates teológicos, sigue siendo una oportunidad para recordar y proclamar el Evangelio. Se puede entender que algunos decidan no celebrarla por cuestiones de consciencia, pero no debemos desaprovechar tan semejante escenario para presentar el Evangelio. En la noche de navidad tendremos a la mayoría de las familias juntas, en la sala o terraza de sus casas, celebrando algo que recibieron por tradición pero que no entienden ¿Qué mejor oportunidad para recordarles que Navidad significa nacimiento, y que una Navidad sin el Verbo encarnado en nuestras vidas no tiene sentido? Desde el 16 hasta el 24 de diciembre tendremos a la mayoría de los niños de nuestras ciudades unidos esperando oír historias y recibir regalos en lo que se conoce como las “Novenas Navideñas” ¿Qué mejor espacio para hablar de las historias del Verbo de Dios, y para explicar que ese Verbo es el mejor regalo del Padre para humanidad?
A pesar del secularismo creciente, la noche más celebrada del año sigue siendo aquella que se relaciona con la encarnación de nuestro Rey y Salvador. Esto es una oportunidad única que no debemos desaprovechar y en la que Dios en su providencia nos dice: ¡prediquen! En ese día debemos celebrar la venida de la Luz al mundo y recordar que «la luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella» (Juan 1:5). Las tinieblas no podrán contener el avance del Reino de la Luz.
Bibliografía
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Sproul, R. C. ed., La Biblia de Estudio de la Reforma. Sanford, FL: Ligonier Ministries y Poiema Publicaciones, 2020.
Presbítero docente de la Iglesia Reformada Nación de Dios en Cartagena, Colombia. Magíster en Estudios Teológicos del Seminario Reformado Latinoamericano (SRL). Actualmente se desempeña como director de tesis de pregrado en el SRL. Es también autor de los libros "Bautismo de niños: ¡Explicado y defendido!" y "El Reino de Dios: Dominio Absoluto.
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