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Navidad – la encarnación del Hijo de Dios

Le restan pocos días al año, se acerca las fiestas navideñas y una vez más la humanidad pondrá su atención sobre la importancia de la unidad familiar, la búsqueda de la reconciliación con familiares o amigos distanciados; por un lado, muchos pequeños estarán expectantes y emocionados por recibir los regalos en el árbol de navidad, pero, por otro lado, serán fechas agridulces para algunos debido a ese familiar faltante en casa. Algunos estudiosos pondrán su atención, dedicarán su energía y tiempo a debatir en contra de la navidad, ya que, según ellos, esta será una festividad pagana más que la iglesia adoptará del mundo impío, en su argumentación citarán aún a reformadores. En todo caso, no será el propósito de este articulo ahondar en dichos debates, por el contrario, el interés de este será levantar una breve meditación acerca de la poderosa visita del eterno verbo hecho carne, acercando su mano a una humanidad necesitada de salvación.

1. La eternidad de quien posó en aquel pesebre

Alrededor de 400 años de silencio profético desde la última vez que el creador habló al pueblo a través de Malaquías, profecías latentes y claras en el Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías, del Rey de Israel, del Profeta, del Gran Sumo Sacerdote (Deut 18.18; 2 Samuel 7.12-13; Isaías 9.7; Zacarías 6.12-13). Colocándose en el calzado del pueblo de aquel momento, había mucha expectativa y anhelo por la venida del Mesías. Mateo 2.1-12 relata sobre la visita de los magos de oriente al niño que había nacido, ¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? preguntaron ellos, habían seguido su estrella desde el oriente, ¿Por qué razón estos magos que posiblemente eran originarios de Persia como creía Clemente de Alejandría o de Caldea como creía Orígenes, atravesaron vasto territorio (alrededor de 1.600 km según afirman estudiosos como Hendriksen), para ver a “indefensa” y “débil” criatura en una humilde casa? Ellos sabían en frente de quien se postraban, sus presentes eran un reflejo de su entendimiento sobre lo que estaba ocurriendo, solo restaba postrarse y adorarle, oro, incienso y mirra, regalos para un Rey, verdadero Dios y verdadero hombre, quien en sus pequeñas manos sostenía todo lo creado, este pequeño y humilde niño, destinado a ser el sacrificio para la redención de mucho pueblo según lo acordado desde antes de la fundación del mundo entre la santa trinidad, se le había preparado un cuerpo, tal como lo expresa el autor de hebreos en el capítulo 10, verso 5 al 7.

Este Verbo ha dado a conocer a Dios a sus criaturas, es el clímax de la revelación de Dios al mundo; a pesar de su trascendencia, es decir, que Él es el único y que nadie puede ser como Él en su sustancia (solo Él es Dios), le plació mostrarse a los hombres rebeldes y débiles sin esperanza en el mundo, criaturas finitas y cambiantes.

El Verbo no es solo eterno, no solo ha existido antes de la fundación del mundo, no era algo abstracto que existiera solo en la mente de Dios, no era un pensamiento divino, Él estaba en intima comunión con Dios, cara a cara con Él, comunión estrecha con el Padre, una comunión en deleite, en felicidad (véase Proverbios 8.29-30).

Las huellas del Verbo han estado presentes colocando los cimientos de la creación, ya que “todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido, fue hecho” (Juan 1.3). El Verbo no es estático, Él es activo, todas las criaturas deben su existencia a Él, por tanto, no es Él una criatura, sublime Verbo, Palabra creadora del Padre, bien dice el salmista que “por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Salm 33.6).

Dicho lo anterior, no es casualidad que el inicio del Evangelio de Juan y del libro de Génesis sea el mismo: “En el principio”, sobre esta expresión en común, menciona John Stott: “son la llave que abre nuestra comprensión de la totalidad de la Biblia”. Es menester que los que se acerquen a este santo libro comprendan que aquel Verbo del que empezaría a hablar Juan es el mismo por el cual Dios había creado todo lo que relataba Génesis, antes de que fuera creado el mundo, el Verbo era. Se pudiera decir entonces que el Verbo era Dios creando, la influencia del Verbo sobre el mundo no iniciaría en el pesebre, sus huellas habían estado presentes desde los inicios de la creación.

2. Eterno verbo hecho carne

El eterno Verbo no es algo impersonal, tampoco es una ilusión, el eterno tomó un cuerpo, fue observado por muchos, caminó en medio del pueblo, muchos le palparon, muchos beneficiados tan solo al tocar su manto, no era un fantasma que pareciera tener cuerpo físico por medio de milagros, tampoco se trataba de que su cuerpo era de una materia especial, ideas extrañas producidas por el hereje gnóstico Cerinto y otros que pretendieron introducir estás doctrinas en medio de la iglesia naciente, ideas que fueron atacadas por el apóstol Juan con gran celo en su edad avanzada al escribir su primera epístola, pues entendía que desvirtuar la persona de Jesucristo era atacar la centralidad de la fe.

El Unigénito del Padre ha visitado el mundo, Jesucristo es la única persona en la historia de la humanidad que como menciona R.C. Sproul: “haya provocado tanto estudio, criticas, prejuicios o devoción”.

No solo Juan 1.14 identificaría claramente al Verbo con Jesucristo, Pablo en el primer capítulo de su carta a los Colosenses profundiza acerca de la identidad de Jesús y su obra, siendo la imagen del Dios invisible, describiría más a fondo todas las cosas que hizo el Verbo, creador de las cosas que hay en los cielos, en la tierra, visibles e invisibles, todo creado por Él y para Él, todo subsiste en Él, cabeza de la Iglesia, en todo tiene la preeminencia, en Él habita toda la plenitud y finalmente su magna obra, la reconciliación de todas las cosas con el Padre mediante el derramamiento de su sangre en la cruz (Véase Colosenses 1: 15-20).

Todo esto era y haría aquel “indefenso” niño que había nacido, dignidad real reconocida por aquellos magos de oriente que se humillaron frente a Él. Los judíos habían puesto tanto énfasis en el hecho de que un ser humano no podía convertirse en Dios, que nunca consideraron la idea de que Dios pudiera convertirse en humano, gran misterio para la mente finita, que aquel creador de todo, quien abrió los mares, que derrotó a grandes ejércitos, que humilló a imperios, tomara forma de siervo, y así como Dios en el tiempo antiguo “tabernaculizó” en medio de las tiendas israelitas en el desierto, así también lo haría su Unigénito, habitando en medio de su pueblo al venir en carne, no puede quedar la menor duda en el lector, que Dios no haya estado interesado en relacionarse con la humanidad al observar tal colosal visita.

Finalmente, Jesucristo, el verbo hecho carne glorificó a su Padre al obedecer la Ley y al sujetarse a su voluntad en medio de sus padecimientos, venciendo las tentaciones, siendo obediente hasta su muerte en la cruz, también lo glorificó en sus señales milagrosas, en sus esplendidos sermones como el Sermón del Monte, este segundo Adán que venció en donde el primero fue derrotado era definitivamente necesario.

CONCLUSIÓN

De modo que, ante tal manifestación del Verbo en este mundo, solo resta levantar alabanzas y acciones de gracias por la Gracia manifestada, pues Dios se ha acercado, ha mirado al mundo con sublime amor, ha establecido el puente único y suficiente para la salvación de los hombres de sus pecados, ahora, ¿Qué celebrarás en estas fechas navideñas? ¿Qué harás con este Verbo, hijo de Dios encarnado?

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BIBLIOGRAFÍA

  • Carson, D.A & Moo, Douglas. Una Introducción al Nuevo Testamento. Trad. de Dorcas González & Pedro L, Barcelona, España: Clie, 2008.
  • Hendriksen, William. Comentario al Nuevo Testamento – El Evangelio según San Mateo. Trad. de Humberto Casanova. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2003.
  • Hodge, Charles. Teologia Sistematica de Charles Hodge: Teología Reformada Clásica. Trad. de Santiago Escuain. Barcelona, España: Clie, 2010.
  • Sproul, R.C. Siguiendo a Cristo. Trad. de Nellyda Pablovsky, Miami, FL: Unilit, 1997.
  • Stott, John. Cristianismo Básico – ¿En quien y por qué creemos? Trad. de C. René Padilla, Quito, Ecuador: Certeza, 1997.
  • Watson, Thomas. La Hermosura de Cristo. Trad de Mariano Leiras, Buenos Aires, Argentina: Tinta Puritana, 2014.

Licenciado en Teología (Escuela Bíblica Nueva Providencia)
Tecnólogo en Economía y Gobierno (Universidad EAFIT)

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