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La conversión de Pablo


Transcripción

Hoy vamos a tratar de responder a la pregunta, al menos en parte, Para empezar, ¿por qué Lucas escribió el libro de los Hechos? Ahora, ya hemos sugerido que cambiemos el título de los Hechos de los Apóstoles por los Hechos del Espíritu Santo. Obviamente, una de las mayores preocupaciones que Lucas tenía era entregarnos un registro de la expansión de la iglesia primitiva. Pero hay mucha especulación en otra dirección. Hay muchos que creen, y no sin alguna razón sólida, que una de las principales preocupaciones que Lucas tenía al escribir el libro de los Hechos fue para dar a la iglesia una apología, una justificación, una explicación o una defensa de la autenticidad del apostolado de San Pablo. Porque al igual que en el primer volumen de Lucas, en el Evangelio de Lucas, la figura central es Jesús, así que la figura más dominante que encontramos en el libro de los Hechos, el cual es el volumen dos de la pluma de Lucas, es el apóstol Pablo. Bueno, ¿por qué el apóstol Pablo necesitaría una defensa o una apología escrita a su favor? 

Bueno, recordemos que al final de la vida de Jesús, uno de sus 12 se suicidó, su nombre era Judas. Y la iglesia primitiva se reunió enseguida para seleccionar un reemplazo para Judas. Y en los primeros capítulos del libro de Hechos, aprendemos algo del proceso o del procedimiento que la iglesia realizó para hacer esa selección. Y al reconstruir todo el escenario, entendemos que había criterios básicos que debían cumplirse en la iglesia primitiva para que una persona pueda calificar como un apóstol. Básicamente, esos requisitos podrían reducirse a tres. El primero fue que antes de que una persona pudiera llegar a ser apóstol, primero tenía que haber sido un discípulo. Y recuerdan cuando tuvimos nuestra lección donde explicamos la diferencia entre un discípulo y un apóstol. Un discípulo es un aprendiz y un apóstol es aquel que es comisionado con autoridad y es enviado y facultado para hablar en nombre de aquel que lo autoriza. 

Pero para ser un apóstol, primero que nada, tenía que ser un discípulo. Segundo, esa persona tenía que ser un testigo de la resurrección. Y tercero, la persona tenía que tener un llamado directo e inmediato de Cristo. Ahora, ustedes recuerdan en el Antiguo Testamento cuando vimos los profetas, notamos que había una lucha constante entre los que eran profetas genuinos, quienes eran facultados por Dios con su Espíritu Santo, quienes eran agentes de revelación que podían empezar sus discursos diciendo: «Así dice el Señor». Es decir, aquellos a quienes Dios había seleccionado, capacitado y enviado a predicar su Palabra a la nación. Y los falsos profetas, quienes contaban sus propios sueños y daban sus propias opiniones, y que simplemente ofrecían una perspectiva humana, no la verdad autoritativa de Dios. 

Entonces, para distinguir entre el verdadero profeta y el falso profeta en el Antiguo Testamento, una de las pruebas más importantes para el verdadero profeta era que podía articular y verificar las circunstancias de su llamado. Es por eso que muchos de los profetas como Ezequiel, Isaías, Jeremías, Amós, solo por nombrar algunos, son celosos, en el Antiguo Testamento, en reportar las circunstancias de su llamado. Ya que ese llamado divino es lo que les dio su autoridad para hablar la Palabra de Dios. Ahora, se nos dice acerca de la iglesia que el fundamento de la iglesia son los profetas y los apóstoles, siendo Cristo la piedra angular. Entonces hay un sentido en el cual el apóstol en el Nuevo Testamento ocupa un lugar paralelo de autoridad con el profeta en el Antiguo Testamento. Y el apóstol del Nuevo Testamento es el agente de revelación de Dios, que anuncia la Palabra de Dios con nada menos que la autoridad de Dios. Por eso es imperativo que, para ser un apóstol, tal apóstol tenía que ser llamado y enviado, comisionado y autorizado directa e inmediatamente por Cristo. 

Ahora, una de las razones por las que el debate continúa en nuestros días sobre la sucesión apostólica tiene que ver con estos criterios. Quiero decir, que hay muchos creyentes, muchos cristianos que creen que todavía hay apóstoles correteando en las iglesias de hoy. Mientras que otros cristianos no creen que haya apóstoles en el sentido completo, con una A mayúscula, en la iglesia de hoy. Algunos sostienen que no podría ser posible que haya un apóstol hoy puesto que no hay ni uno vivo que alguna vez haya sido discípulo de Jesús, o que haya sido testigo original de la Resurrección o que haya sido directa e inmediatamente llamado por Cristo en el primer siglo. Ahora, tan pronto como alguien hace un argumento de esa manera, alguien, alguien inmediatamente responderá y dirá: ‘Espera un momento, ¿qué pasa con Pablo? Pablo no era un discípulo y Pablo no fue testigo de la resurrección de la misma manera que lo fueron los otros discípulos; así que Pablo pierde en dos de estas tres credenciales. Lo que se dice de Pablo en el Nuevo Testamento, y lo que Lucas es tan celoso de atestiguar es que Pablo recibió un llamado directo e inmediato de Cristo, y que es ese llamado de Cristo de donde él recibe su autoridad. 

Ahora, permítanme añadir a esto; alguien podría decir: ‘bueno entonces eso significa que hoy alguien puede recibir un llamado directo e inmediato, tal como le pasó a Pablo; y entonces, ¿quién puede decir que ya no hay apóstoles hoy? Bueno, también entendemos que cuando Pablo recibió su llamado, fue enviado inmediatamente de vuelta a la iglesia en Jerusalén, y en cierto sentido fue confirmado por aquel grupo de hombres cuya autoridad apostólica no era cuestionada. Ahora, Pablo era celoso en sus cartas. Después dice que eso no significa que su autoridad se deriva de ellos, su autoridad vino de Cristo. Sin embargo, el hecho de que su autoridad le fue dada por Cristo, fue confirmada por los otros apóstoles originales, y eso es un punto muy importante. Pero en todo caso, Lucas es tan celoso de darnos las credenciales del apóstol Pablo, que no solo una vez o dos veces, sino que en varias ocasiones en el libro de Hechos, nos da, ya sea un relato directo o alusiones a las circunstancias del llamado apostólico de Pablo. Tomemos algunos minutos y veamos ese registro que Lucas nos da en el noveno capítulo del libro de los Hechos. 

El versículo uno del capítulo nueve empieza como sigue: «Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén». Ahora, esta pequeña declaración introductoria de Lucas nos da una visión más clara de por qué la pregunta sobre la autenticidad del apostolado de Pablo era necesaria. Porque él tenía una reputación, entre la comunidad creyente, como el flagelo de la comunidad cristiana. Se nos dijo que respiraba fuego mientras exponía su apasionado deseo de librar al mundo de esta nueva secta herética que creía que estaba destruyendo la pureza del judaísmo. Sabemos que Saulo había sido instruido en la instrucción rabínica. Él había estudiado con el maestro de la ley más importante y famoso de su época, Gamaliel. Y se llamó a sí mismo un fariseo de fariseos. 

Han dicho los historiadores que Pablo tenía el equivalente a dos PhDs a la edad de 21 años y era el hombre más educado en Palestina. Sin embargo, su educación solo hizo que se opusiera con más fuerza a esta secta, quienes fueron llamados gente del Camino, y a los cuales quería desaparecer. Y así se convirtió en el Adolf Eichmann para la iglesia del primer siglo, quien buscaba una «solución final» para esos cristianos, que pudiera exterminarlos. Y entonces al escuchar que este Eichmann, este Hitler, que había llevado una despiadada campaña de persecución contra el pueblo de Dios, se estaba haciendo pasar ahora como el portavoz comisionado de Jesucristo. Eso hizo que fuera muy, muy difícil para algunos de los creyentes del primer siglo aceptar eso. Entonces, otra vez, uno de los temas que Lucas tiene que aclarar en este libro es ese cambio radical, esa conversión radical, en actitud y en pasión, de Saulo de Tarso.

Leemos en el versículo tres del capítulo nueve, «Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?». Permítanme un minuto para exponer un poco acerca de esa pregunta particular que él oye. Lo primero es que Pablo ve una luz enceguecedora, que en otro lugar se le llama más brillante que el sol de mediodía; y su respuesta fue la de caer al suelo. Ahora, sabemos que la luz que contempló fue la radiante gloria, la Shekinah, la gloria de Dios mismo. Lo que las Escrituras atestiguan una y otra y otra vez como la apariencia externa o manifestación de su carácter interno. Y entonces Saulo ve esta luz cegadora en el cielo y cae al suelo, y él escucha, como se nos dice en otro lugar, escucha esta voz que le hablaba en el idioma hebreo y la voz le dice: «Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?».

Ahora, hay dos cosas que quiero decir acerca de esa voz que él oye. Lo primero es que cuando Saulo es abordado por la voz celestial, él es abordado en términos de la repetición de su nombre, «Saulo, Saulo». Busquen en las Escrituras y vean cuántas veces en la Biblia alguien es llamado, por cualquier razón, con la repetición de su nombre. Ustedes descubrirán que ocurre menos de 20 veces durante toda la historia de la redención. Y si examinaran cada uno de los sucesos que están registrados, verán que algo emerge con mucha claridad. Cuando Moisés fue llamado en el desierto de Madián, Dios lo llamó desde la zarza ardiente: «Moisés, Moisés». Cuando Abraham estaba en el monte Moriah y estaba a punto de apuñalar a su hijo en el altar, la voz de Dios vino a él diciendo: «Abraham, Abraham». Cuando Eliseo se paró sobre la tierra y observó el ascenso de Elías, él dijo «Padre mío, Padre mío, los carros de Israel…». Cuando David lloraba la pérdida de su hijo, gritó «Absalón, Absalón hijo mío, hijo mío». Jesús en la cruz «Eli, Eli lema sabactani». 

Una y otra y otra vez vemos esto y siempre es una expresión en la lengua hebrea de profunda intimidad personal. Es por eso que Jesús, al final del sermón del monte, dijo que muchas personas en el último día vendrán y dirán «Señor, Señor». Es decir, su hipocresía estaría vestida en esta forma hipócrita de llamado repetido, reclamando intimidad con Jesús, no sólo un conocimiento superficial de Él. Ellos dirán «Señor, Señor». Y Jesús dirá «Apartaos de mí nunca os conocí». Entonces lo que esta voz le está diciendo a Saulo es, ‘Saulo yo te conozco, sé todo sobre ti. Te conozco íntimamente y te amo. Pero ¿por qué me persigues?’ Ahora, noten que la pregunta no es: ¿por qué estás persiguiendo a mi Iglesia? sino, ¿por qué me persigues a mí?

 Porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es la novia de Cristo y cualquiera que ataque a su novia lo está atacando a Él. Cualquiera que ataca su cuerpo lo está atacando a Él. E incluso en estas palabras aprendemos mucho de la visión de Jesús en relación con su Cuerpo, la Iglesia, porque Saulo no había estado atacando personalmente a Jesús. Nunca antes había conocido a Jesús. Pero estaba haciendo estragos del Cuerpo de Cristo. Entonces ahora esta voz le dice: «¿Por qué me persigues?». Y él dijo: «¿Quién eres Señor? «Yo no sé qué tipo de concepto «Señor» él estaba usando; podría simplemente ser la forma cortés de dirigirse diciendo, ‘¿quién eres tú, caballero?». Pero teniendo en cuenta las circunstancias de la luminosidad cegadora de la refulgente gloria de Dios, sospecho que Pablo o Saulo, a estas alturas, supo al instante que sea quien fuera el que le está hablando, era su Señor Soberano. «Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa te es dar coces contra el aguijón». 

Ahora, en el mundo antiguo, la mayoría de los carros que eran jalados para el trabajo en los campos eran jalados por bueyes. Los bueyes estaban unidos por un yugo y luego amarrados al carro. A veces los bueyes se comportaban un poco como mulas y se ponían tercos. Y cuando eran empujados para ir hacia adelante, su reacción rebelde era la de poner sus pies hacia atrás contra el carro y podían poner en peligro de destrucción al vehículo que se suponía debían estar tirando. Por eso, algunos de los agricultores fijaban algunas puntas bastante fuertes en la parte delantera del carro, de tal modo que, si el buey pateaba en venganza, dañaría su propia pata y entendería el mensaje de que era hora de moverse. 

Pero también estaban aquellos que eran considerados los bueyes más tontos, los cuales pateaban contra los aguijones, y herían sus patas y luego se enfurecían y se volvían tan locos que pateaban de nuevo con más fuerza. Y cuanto más pateaban, más daño se hacían a sí mismos; esa es la imagen que es utilizada por Jesús cuando dice: ‘Pablo, o Saulo, tonto buey’. Él dice: ‘Tu furia no conoce límites, vas de una ciudad a otra tratando de destruir mi Iglesia. Estás dando patadas contra el aguijón, pero todo lo que haces es lastimarte’. Entonces él, Saulo, temblando y maravillado dijo: «Señor, ¿qué quieres que haga?», lo cual indica que la conversión ya ha tenido lugar. «¿Qué quieres que haga?», esto es tan típico de las circunstancias de un llamado a un profeta en el Antiguo Testamento. ¿Qué quieres que haga? Y el Señor dijo: «Levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes de hacer. Los hombres que iban con él se detuvieron atónitos, oyendo una voz, pero sin ver a nadie. 

Saulo se levantó del suelo, y aunque sus ojos estaban abiertos no veía nada y llevándolo por la mano, lo trajeron a Damasco. Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. Había en Damasco cierto discípulo llamado Ananías; y el Señor le dijo en una visión: Ananías. Y él dijo: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo, porque, he aquí, está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista. Pero Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén, y aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre». Es como si Ananías estuviera diciendo: Señor, ¿sabes lo que estás haciendo? Yo sé quién es este hombre, y él se encarga de instruir a Dios. «Pero el Señor le dijo: Ve, porque él me es un instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre». 

Esta experiencia fue el momento decisivo en la vida de Saulo, y a lo largo de toda su actividad, a lo largo de sus escritos, continuamente regresó a este momento y habló de su llamado, habló de ser elegido por Dios, comisionado y apartado para ser derramado como una ofrenda, del participar en las aflicciones de Cristo, para participar en la humillación de Jesús, para que también pueda participar en la exaltación de Cristo. Y el relato es que nunca hubo en la faz de la tierra, aparte del mismo Jesús, un sirviente de Dios más devoto u obediente que este hombre. Cuyas actividades en nombre de Cristo, el cual era el amante de su alma, fueron, por decir lo menos, prodigiosas. Más tarde, mientras estaba parado en cadenas ante el rey Agripa y defendía su ministerio, él le contó a Agripa esta misma historia. Y cuando él terminó, le dijo a Agripa: «Con lo cual oh rey, no fui rebelde a esta visión celestial». Él tuvo la visión, escuchó el llamado y él obedeció al llamado hasta el mismo segundo, en que, bajo el decreto de Nerón, su cabeza fue separada de su cuerpo y se fue a casa para estar con Cristo.

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