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Pentecostés


Transcripción

Poco después de que Jesús ascendiera al cielo y dejara este mundo en términos de su presencia física, un evento histórico – redentor muy importante tomó lugar, y estaba inseparablemente relacionado con la ascensión. Y ese fue el día de Pentecostés. Uno de los credos históricos del protestantismo dice, «Respecto a su naturaleza humana, Jesús ya no está presente entre nosotros. Pero respecto a su naturaleza divina, Él nunca está ausente de nosotros». Y cuando Él les dijo a sus discípulos que iba a partir y ellos estaban tristes por esa noticia, recordamos que una de las cosas que cambió su apreciación del significado de su partida, fue la promesa de que no los dejaría huérfanos, sino que enviaría a su Espíritu para estar con ellos. De modo que Él podía decir, por un lado, que los estaba dejando y, sin embargo, al mismo tiempo decía: «y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». 

Ahora, sabemos algo sobre lo que sucedió en el día de Pentecostés, pero no estoy seguro de que tengamos una comprensión completa de su importancia en términos de todo el alcance para la historia de la redención. Entonces, veamos por un momento el relato de ese evento que encontramos en el segundo capítulo del libro de los Hechos. «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo.  Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablaren su propia lengua. Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?». 

Y luego se menciona las diversas partes de la tierra desde donde estos visitantes se habían reunido. Y las personas estaban perplejas por lo que está pasando. Y en el versículo 12, leemos: «Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndosenos a otros: ¿Qué quiere decir esto? «Ahora, eso es importante para nosotros, porque están haciéndose la pregunta, «¿Qué significa esto?». Ellos oyeron esta poderosa ráfaga de viento, observaron visualmente esas lenguas de fuego que bajaron y flotaron por encima de las personas que se habían reunido. Y luego ocurrió este extraño fenómeno llamado glosolalia o hablar en lenguas, donde las personas escucharon a cada uno hablando en su propio idioma. Así que, la pregunta que surge de esta perplejidad, que el mismo Lucas aborda es, ¿qué significa esto? «Pero, otros se burlaban y decían: Están borrachos». Eso es lo que pasa. Ellos solo asumieron que era una manifestación de algún tipo de comportamiento ebrio. «Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les declaró: Hombres judíos y todos los que viven en Jerusalén, sea esto de vuestro conocimiento y prestad atención a mis palabras, porque estos no están borrachos como ustedes suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne». 

Entonces Pedro se lanza con un magnífico sermón, dando una exposición de ese texto de Joel y aplicándolo a lo que la gente reunida ahí, en esa ocasión, estaba experimentando. Ahora, creo que para que tengamos una comprensión más profunda de lo que está pasando aquí, tenemos que volver, incluso bien atrás en el Antiguo Testamento, a esa profecía de Joel a la que Pedro alude, y volver al Pentateuco, al libro de Números, al capítulo 11 de Números, el cual creo que es un capítulo fascinante en el Antiguo Testamento, a pesar de que incluye lo que considero como un cierto nivel de humor contenido allí. Quizás sea solo mi sentido del humor que hace que lea esto de esta manera, pero lo encuentro un tanto divertido. El capítulo 11 del libro de Números empieza con este relato: «Y el pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos del Señor; y cuando el Señor lo oyó, se encendió su ira». Ciertamente no hay nada gracioso en esto. «Y el fuego del Señor ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró al Señor y el fuego se apagó». Lo que pasa aquí es que el pueblo de Israel viene delante de Moisés con un espíritu de queja. Ellos han estado murmurando y quejándose de sus circunstancias en el desierto. 

Entonces leemos en el versículo cuatro este relato: «Y el populacho que estaba entre ellos tenía un deseo insaciable; y también los hijos de Israel volvieron a llorar, y dijeron: ¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná. Y el maná era como una semilla de cilantro, y su aspecto como el del bedelio». Me encanta ese versículo, ya que realmente explica mucho sobre cómo lucía el maná. Todos conocemos el color del bedelio. «El pueblo iba, lo recogía y lo molía entre dos piedras de molino, o lo machacaba en el mortero, y lo hervía en el caldero y hacía tortas con él; y tenía el sabor de tortas cocidas con aceite. Cuando el rocío caía en el campamento por la noche, con él caía el maná». Entonces, esto es lo que está pasando: Aquí está esta horda de humanidad que ha sido rescatada de la esclavitud, a quien Dios milagrosamente ha liberado de su servidumbre después de haber oído sus gemidos y murmullos anteriormente, y ahora milagrosamente ha suplido para sus necesidades con el regalo del maná que el pueblo recogía todos los días. Pero, de repente, ellos empezaron a recordar los buenos viejos tiempos, los días de gloria que experimentaron allá en Egipto; y están diciendo: ‘¿Recuerdan cómo era en Egipto? Ah, nosotros podíamos tener peces, y podíamos comer pepinos y ajos, y puerros, y cebollas’.

Esto es lo que creo que es divertido, que la naturaleza humana es así. En vez de recordar las terribles condiciones de su esclavitud, ahora, de entre todas las cosas, se están poniendo nostálgicos por el ajo y los pepinos. Y le dicen a Moisés: «¿Quién nos dará carne para comer?». «Y Moisés oyó llorar al pueblo, por sus familias, cada uno a la puerta de su tienda; y la ira del Señor se encendió en gran manera, y a Moisés no le agradó». Una vez más, me encanta la estructura literaria característica de este relato en términos de su evidente sutileza. La ira de Dios se encendió, Moisés también estaba disgustado. Era obvio que Moisés estuviera disgustado. Había dado su vida para sacar a este pueblo de la esclavitud y había soportado todo tipo de dificultades para lograrlo; y ahora todos están quejándose y murmurando contra él porque querían tener sus puerros y su ajo. «Entonces Moisés dijo al Señor: ¿Por qué has tratado tan mala tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia ante tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso concebí yo a todo este pueblo? ¿Fui yo quien lo dio a luz para que me dijeras: ‘Llévalo en tu seno, como la nodriza lleva al niño de pecho, a la tierra que yo juré a sus padres’? ¿De dónde he de conseguir carne para dar a todo este pueblo?». 

Esta no es la única ocasión en la Biblia donde las personas a quienes Dios había ungido para el liderazgo maldijeran el día de su nacimiento y pidieran morir. Lo que Moisés está diciendo es, ‘Dios, si de verdad te preocupas por mí, déjame morir. ¿He engendrado yo a este pueblo? No son mi pueblo. Tú los creaste, yo no los creé; ahora vienen a mí, quejándose a cada minuto porque no tienen carne para comer.  «Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es mucha carga para mí. Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates si he hallado gracia ante tus ojos, y no me permitas ver mi desventura». A estas alturas, seguro que ven la conexión entre este capítulo y el día de Pentecostés, ¿verdad? Deben estar pensando que he perdido la cabeza y están diciendo: ¿Cómo estás cosas podrían relacionarse realmente una con otra? Bueno, aquí va; aquí es donde se encuentra la conexión. Versículo 16: «Entonces el Señor dijo a Moisés: Reúneme a setenta hombres de los ancianos de Israel, a quienes tú conozcas como los ancianos del pueblo y a sus oficiales, y tráelos a la tienda de reunión y que permanezcan allí contigo. Entonces descenderé y hablaré contigo allí, y tomaré del Espíritu que está sobre ti y lo pondré sobre ellos, y llevarán contigo la carga del pueblo para que no la lleves tú solo. Y di al pueblo: Consagraos para mañana, y comeréis carne, pues habéis llorado a oídos del Señor, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne!». 

Ahora, lo que está pasando aquí es que Moisés es el mediador del Antiguo Pacto; y como el mediador del Antiguo Pacto, Moisés es lo que llamaríamos un líder carismático. Es decir, que guía a la gente en el Antiguo Pacto no sobre la base de su propia fuerza inherente, su fuerza natural; sino más bien, le es dado por Dios un don peculiar. Ese don es un talento concedido sobre él por el Espíritu Santo, de modo que el liderazgo de Moisés es ejercido en el poder de Dios, por la unción del Espíritu Santo. Ahora, permítanme hacer esta pregunta. ¿El pueblo de Israel, los creyentes en el Antiguo Testamento tenían el Espíritu Santo? Por supuesto que tenían el Espíritu Santo. No podían ser creyentes sin el Espíritu Santo. Ellos tenían y disfrutaron de muchas de las funciones y actividades de Dios Espíritu Santo. Si ellos eran creyentes significaba que habían nacido de nuevo, que eran a personas regeneradas y no podían ser regenerados, excepto por el poder y la morada de Dios el Espíritu Santo. Vemos que hay otras personas en el Antiguo Testamento, ciertos individuos y oficiales de Israel que reciben un legado especial del Espíritu Santo, el cual es facultarlos para el ministerio. El rey era ungido con aceite como señal de que se le otorgó el Espíritu Santo para llevar a cabo su oficio. 

El Espíritu del Señor vino sobre los profetas, los sacerdotes fueron consagrados con la idea de que también recibían una especie delegado o don del Espíritu Santo para llevar a cabo sus funciones. Las primeras personas de las que la Biblia dice que fueron ungidos por el Espíritu Santo fueron los artífices y artesanos que Dios seleccionó para construir los vasos sagrados para el tabernáculo. Entonces, vemos que, en casos aislados, el Espíritu de Dios es dado a ciertos individuos y cuando el Espíritu del Señor viene sobre ellos, están ahora facultados o habilitados para realizar la función a la que fueron llamados. Sobre todo, lo vemos en el libro de Jueces, debido a que los jueces eran líderes que Dios levantó y los ungió por su Espíritu, y los facultó, como a Sansón y a otros, para hacer su ministerio. Ahora, cuando Moisés, quien está dotado de forma única por el Espíritu Santo como mediador en el desierto, se queja a Dios de que la carga de ministrar a esta vasta multitud de gente es demasiada, Dios le dice a Moisés: ‘Muy bien, convoca a 70 hombres que sabes que son ancianos sobre el pueblo, y lo que voy a hacer es que tomaré del Espíritu que está sobre ti, y voy a difuminarlo o dispersarlo para incluir a este grupo de 70 ancianos, de manera que puedan soportar la carga del ministerio contigo’. 

Por lo tanto, aquí vemos una expansión del carismata, una expansión del don carismático del Espíritu Santo desde un hombre a 70, de modo que ahora la comunidad o la Iglesia del Antiguo Testamento tiene 70, en este caso, 71 personas, que han sido facultados por el Espíritu Santo para el ministerio. Ahora ten esto en mente, porque recordamos que antes del día de Pentecostés, cuando los discípulos estaban mirando a Jesús ascendiendo, Dios les había dicho que recibirían poder. Después de eso, ¿qué? El Espíritu Santo vino sobre ellos. Entonces, lo que está sucediendo en el día de Pentecostés es el derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda comunidad creyente reunida. Es muy similar al registro de lo que sucede aquí en Números 11. Vamos a continuar con este relato. Dios dijo que tomaría del Espíritu que estaba en Moisés y lo pondría sobre ellos, y luego dijo: «Y di al pueblo: «Consagraos para mañana, y comeréis carne, pues habéis llorado a oídos del Señor, diciendo: ‘¡Quién nos diera a comer carne! Porque nos iba mejor en Egipto’». 

Ahora, esta es la parte divertida. «El Señor, pues, os dará carne y comeréis. No comeréis un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días, sino todo un mes, hasta que os salga por las narices y os sea aborrecible, porque habéis rechazado al Señor, que está entre vosotros, y habéis llorado delante de Él, diciendo:’¿Por qué salimos de Egipto? «Tengan cuidado con lo que piden, tenga cuidado por lo que oran, podrían tenerlo. Aquí, estas personas dicen, ‘Danos carne’. Y Dios dijo: ‘Está bien, si no están satisfechos con los regalos que he provisto milagrosamente para ustedes, y desean volver a la servidumbre, desean sus pepinos y sus ajos, y quieren carne para comer, les voy a dar carne para comer, no durante un día, o dos días, o diez días, sino para un mes entero, hasta que les salga por la nariz’. Estaban cansados y hartos del maná, lo recogían, lo horneaban, lo asaban, lo freían, lo hacían soufflé. Tenían maná en la mañana, maná por la tarde, maná para el desayuno, maná para el almuerzo, maná para la cena, si iban a tener un bocadillo de medianoche, era maná de nuevo. Ellos hicieron de todo, hicieron palomitas de maíz de maná, intentaron todo para disimular su sabor particular. Y por eso, ahora Dios dijo: ‘Está bien, ustedes están hartos del maná, no más maná, les daré carne hasta que les salga por su nariz. 

Ahora Moisés está muy molesto, él dijo: Dios, «el pueblo, en medio del cual estoy, llega a seiscientos mil de a pie». Sin contar a las mujeres y los niños. Y sin embargo, tú has dicho, acabo de escucharte decirlo: «Les daré carne a fin de que coman, por todo un mes». ¿Qué vas a hacer? «¿Sería suficiente degollar para ellos Las vacadas y los rebaños? ¿O sería suficiente juntar para ellos todos los peces del mar para su provisión? Y el Señor respondió a Moisés y le dijo: «¿Está limitado el poder del Señor? ¿Con quién crees que hablas Moisés? ¿Crees que hablas con un Dios con una mano endeble? Ahora verás si lo que digo se cumple o no. Y entonces Moisés fue e hizo lo que Dios ordenó y reunió a esos hombres». Y en el versículo 25 leemos: «Entonces el Señor descendió en la nube y le habló; y tomó del Espíritu que estaba sobre él y lo colocó sobre los setenta ancianos. Y sucedió que cuando el Espíritu reposó sobre ellos, profetizaron; pero no volvieron a hacerlo más. Pero dos hombres habían quedado en el campamento; uno se llamaba Eldad, y el otro se llamaba Medad. Y el Espíritu reposó sobre ellos, (ellos estaban entre los que se habían inscrito, pero no habían salido a la tienda), y profetizaron en el campamento. Y un joven corrió y avisó a Moisés, diciendo: Eldad y Medad están profetizando en el campamento».

 Así que vino Josué, el ayudante de Moisés, y dijo: «Moisés, señor mío, detenlos». ¿Ven? El pueblo entendía algo del significado de este fenómeno. Vieron a estas personas corriendo por ahí profetizando, lo que era la señal externa de que se les había dado un don especial o una unción del Espíritu Santo; y se están preguntando: ‘¿Qué está pasando aquí? Solo Moisés se supone que debe hacer eso’. Y Josué está molesto y viene a Moisés y le dice: ‘Señor mío Moisés, pon fin a esto, impídeles hacer esto’. Ahora, este es el punto que quiero que entendamos. «Pero Moisés le dijo: ¿Tienes celos por causa mía? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta, que el Señor pusiera su Espíritu sobre ellos!». Ahora, esto no es una profecía. Esto es una súplica, una oración de Moisés al momento de decir: ‘Quisiera que Dios no ungiera simplemente a 70 de nuestro grupo, sino que Dios pusiera su Espíritu sobre todos ellos’. Ahora, ese deseo, ese ruego de Moisés se convirtió en una profecía más adelante, tal como fue escrito por el profeta Joel, donde Joel dijo que en los últimos días, Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne; no está pensando en todos los animales o todas las cosas, sino sobre todo el cuerpo. Y esa es una de las grandes diferencias entre la Iglesia del Antiguo Testamento y la Iglesia del Nuevo Testamento. 

En el Antiguo Testamento, solo a personas especiales se les dio esta obra del Espíritu Santo en sus vidas, esta facultad para el ministerio. Pero después que nuestro Señor viene y es el único ungido supremo, el mediador supremo, y Él asciende al cielo junto al Padre, envían al Espíritu que estaba en Él y ungen a toda la Iglesia, de modo que cada creyente, ahora en el Nuevo Pacto, ha sido dotado por Dios el Espíritu Santo para el ministerio. Ahora, Pablo elabora esto en 1 Corintios, cuando explica que todos los cristianos, cada creyente está dotado por el Espíritu de Dios, pero no todas las personas tienen el mismo don que las demás personas. Hay una amplia variedad, hay una amplia variedad de dones, según Pablo. Pero cada cristiano recibe el Espíritu no solo en términos de renacer o ser morada del Espíritu, sino que cada uno también está dotado por el Espíritu para el ministerio. Así que ahora, la iglesia en el Nuevo Testamento es verdaderamente una iglesia carismática. Es decir, una iglesia con dones que ha sido facultada de lo alto para cumplir la misión que Cristo le dio a su pueblo antes de ascender.

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