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Una Perspectiva Bíblica de la Relación entre el Espíritu Santo y Jesús

Históricamente, la Iglesia ha confesado que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En este sentido, es importante reconocer que sus naturalezas son distinguibles; de modo que, en cuanto a su humanidad, Él fue genuinamente un ser humano y no simplemente un hombre superdotado.

Cuando las Escrituras señalan que Jesús fue tentado en todo (Hebreos 4:15), queda en evidencia que Él necesitó del Espíritu Santo en su naturaleza humana, de modo que, la obra del Espíritu Santo en Jesús no fue innecesaria ni irrelevante, sino que resultó esencial para su experiencia humana.

A continuación, se explicará la manera en la que el Espíritu estuvo plenamente involucrado en toda la vida y ministerio de Jesús, a través de su humillación y exaltación.

1. La encarnación

En primer lugar, es posible observar la obra del Espíritu Santo en la encarnación de Cristo. Aquí es importante entender que la naturaleza humana de Cristo es diferente a la naturaleza que hereda cualquier otro hombre. A menudo, cuando se utiliza el concepto “naturaleza humana”, este viene implícitamente asociado a una naturaleza caída, es decir, pecaminosa. Sin embargo, la naturaleza humana en sí misma no es pecaminosa, sino que desde Génesis 3 todo hombre hereda naturalmente la naturaleza corrupta. Esta idea es la que transmite el apóstol Pablo en 1 Corintios 2:14, donde se aclara que el hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu. Esta falta de entendimiento de las cosas espirituales está arraigada en la naturaleza caída del hombre. David habló en el salmo 51 de cómo fue formado en pecado, lo que apunta a cómo la naturaleza humana caída fue heredada de sus padres.

Aunque es posible decir lo anterior respecto a cualquier hombre natural es necesario distinguir que, aunque Jesús fue verdadero hombre, no fue un hombre natural, ya que fue concebido por la obra del Espíritu Santo como es claro en los Evangelios (Mateo 1:18). Esta obra sobrenatural apunta precisamente a que Cristo fue preservado de heredar la naturaleza caída. A pesar de ser de naturaleza humana, Cristo fue un verdadero hombre, pero no un hombre caído, lo que es una distinción esencial. A través de la concepción por obra del Espíritu Santo, no heredó esta naturaleza corrupta. Por esta razón, también es posible afirmar que el Espíritu preservó a Cristo del pecado, y por esto también es posible describirlo como “Santo, inocente e inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos” (Hebreos 7:26).

2. El crecimiento de Jesús

Jesús nació como un bebé y no como un hombre adulto con toda su capacidad física, emocional e intelectual desarrollada. La niñez no permite ejercer plenamente la inteligencia y la voluntad. Jesús, a pesar de nacer sin corrupción, necesitó desarrollar inteligencia y voluntad. Este tipo de crecimiento de Jesús es reconocido en las Escrituras (Lucas 2:40; Lucas 2:52), al describirle como alguien que crecía en sabiduría, estatura y gracia. Este proceso de crecimiento implicaba que el Espíritu Santo acompañaba a Jesús. Hebreos 5:8 también subraya que Cristo aprendió obediencia en el contexto de su padecimiento. El adquirir obediencia no se refiere a una transición desde la desobediencia, sino a un desarrollo gradual de su disposición y entendimiento de las instrucciones. Cristo aprendió a obedecer a través de su humillación, lo que fue evidenciado plenamente en la cruz.

3. El bautismo y capacitación ministerial

El bautismo de Jesús es probablemente uno de los momentos en los que resulta más fácil reconocer la intervención del Espíritu Santo. En Lucas 3:21, se muestra cómo el Espíritu se manifestó visiblemente en forma de paloma, consagrándole para su misión y otorgándole poder (Lucas 4:18-19).

Cristo toma la profecía de Isaías 61:1 para presentar la capacitación dada por el Espíritu para anunciar el Evangelio a los pobres, proclamar libertad a los cautivos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos. Además, Jesús no solo fue capacitado para llevar las buenas nuevas durante el bautismo, sino que también realizó señales en el poder del Espíritu Santo (Mateo 12:21-28; Hechos 10), es decir, los milagros y señales no sucedían solo porque era divino, sino por la obra del Espíritu Santo que le había capacitado para realizar el trabajo que el Padre le dio.

4. La tentación

En Lucas 4:1 y Mateo 4:1, se presenta el relato de la tentación de Jesús, en dónde lleno del Espíritu Santo, fue llevado al desierto. En estos pasajes es importante hacer una distinción textual para los que utilizan la versión Reina Valera 1960, ya que esta versión traduce de la misma manera en ambos textos, pero hay una diferencia clave. En Mateo 4, señala que Jesús fue llevado por el Espíritu “hacia (εἰς) el desierto”, mientras Lucas 4 distingue al decir que Jesús fue llevado por el Espíritu “en (ἐν) el desierto”. Por el uso de las palabras, se debe señalar que el Espíritu Santo guio a Jesús hacia el desierto o en dirección al desierto, pero el Espíritu no solo lo llevó al desierto, sino que estuvo con Jesús en el desierto, lo que implica que Jesús resistió la tentación en el poder del Espíritu Santo porque este estuvo presente y actuando en Él.

5. La muerte

En Hebreos 9:14 se expresa: Cuanto más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios. En esto resulta necesario hacer una precisión: Cristo fue el sacrificio perfecto tanto por condiciones externas como internas. En las condiciones externas, Cristo cumplió perfectamente la ley y las profecías sobre Él; y además, fue capacitado por el Espíritu Santo para llevar a cabo este sacrificio con una actitud perfecta, ya que su sacrificio fue voluntario y provino de un corazón lleno de devoción, fe y perfecta obediencia a la Ley. Por ello, se puede afirmar que Cristo cumplió la ley perfectamente tanto en lo externo como en lo interno.

6. La resurrección

En la resurrección se encuentra el testimonio de la participación de la Trinidad en plenitud: participó el Padre quien evidenció públicamente que Jesús era su Hijo y también su sacrificio fue favorablemente recibido cuando le levantó de la tumba (Hechos 2:24), también participó el Hijo, ya que tal como Él señaló: yo pongo mi vida, para volverla a tomar (Juan 10:17-18), y finalmente también participó el Espíritu Santo, tal como se infiere de Romanos 8:11 cuando declara: Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes. Este pasaje presenta que el Padre resucitará a los creyentes a través de su Espíritu Santo, tal como lo hizo con Cristo.

7. La glorificación de Jesús

Al considerar el fruto del Espíritu es posible inferir que la Escritura afirma que el Espíritu Santo es el origen de toda vida santa (Gálatas 5:22-23). Por otra parte, Jesús continuará siendo hombre por toda la eternidad, manteniendo su naturaleza humana y divina. A través de estas dos declaraciones, se infiere que Cristo como hombre continuará manifestando el fruto del Espíritu y su perfecta santidad será evidente para su pueblo, de modo que Jesús será sostenido en santidad por el Espíritu y será quien perfectamente “andará en el Espíritu” en la eternidad, experimentando un despliegue constante de la manifestación del fruto del Espíritu Santo.

Conclusión

Se ha podido evidenciar entonces que el Espíritu Santo fue alguien totalmente necesario en la vida y obra del Señor Jesucristo. Jesús dependió totalmente del Espíritu en su nacimiento, crecimiento, tentación, ministerio, muerte, resurrección y glorificación. Si así fue con el Salvador, ¿Cuánto más necesario será el Espíritu para nosotros hoy?

 

BIBLIOGRAFÍA

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