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La santidad y el temor de Dios en la Teología puritana

Teología puritana artículo SRL

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Introducción

A lo largo de su historia, la Iglesia ha enfrentado múltiples amenazas. Amenazas externas y amenazas internas. Una de las principales amenazas internas que está enfrentando la Iglesia, especialmente en esta generación, es la mundanalidad, que ha traído como resultado que muchos cristianos y muchas Iglesias pierdan su salinidad.[1] El mundo es un seductor que atrae la atención y la devoción del creyente, eclipsando su visión de Dios y llevándolo a vivir para el aquí y el ahora.[2]

La mundanalidad lleva al cristiano a vivir horizontalmente, en lugar de vivir verticalmente. Lo lleva a una autocomplacencia egoísta. Lo lleva a vivir buscando placer, ganancia y posición.[3] Sin embargo, Dios llama al cristiano a vivir en el mundo, pero sin dejar que el mundo viva en él, poniendo el temor de Dios por encima del temor del hombre y estimando los deseos de Dios como de mayor valor que los deseos de los hombres.[4]

¿Es posible que la Historia de la Iglesia pueda ayudar al cristiano en esta lucha en contra de la mundanalidad? Definitivamente. La Historia de la Iglesia ofrece una mirada motivadora y retadora a la manera en que otros cristianos han luchado contra la mundanalidad y han crecido en su santificación personal.

El propósito del presente ensayo es mostrar cómo la teología del movimiento puritano puede ayudar al cristiano en su lucha contra la mundanalidad y en su búsqueda de la santificación personal, animándolo, retándolo y enseñándole a vivir verticalmente y no horizontalmente, al llevarlo a admirar la asombrosa grandeza de la santidad de Dios y a entender la importancia, la práctica y los beneficios del temor de Dios.

Para tal efecto, se abordará de manera general la Historia del movimiento puritano, para luego centrarse en la vida y en las enseñanzas de dos grandes puritanos que enseñaron acerca de la santidad de Dios y del temor de Dios, definiendo sus enseñanzas sobre estos dos temas, para luego concluir con una reflexión final.

El movimiento puritano

Sus orígenes y marcas distintivas

El puritanismo fue un movimiento que se produjo entre 1550-1700 principalmente en Inglaterra y en Nueva Inglaterra, pero cuya influencia se extendió a otros lugares.[5] El apelativo de “puritano” desde sus inicios fue un término despectivo y sarcástico que hacía ver a esos cristianos como gente fanática, extremista, rebelde, malhumorada, condenatoria, presumida e hipócrita.[6]

No obstante, el puritanismo surgió ante la necesidad de una predicación Bíblica y de la enseñanza de una sana doctrina Reformada; ante la necesidad de una vida piadosa que dependiera del poder del Espíritu Santo; y ante la necesidad de un orden Bíblico en el culto, la adoración y el gobierno de la Iglesia.[7]

De allí que los puritanos enfatizaban la conversión personal, se regocijaban en la gracia soberana de Dios en la elección y buscaban con todo su ser vivir para la gloria de Dios. Buscaban establecer una Iglesia pura conforme al modelo de la Iglesia del Nuevo Testamento.[8] Enfatizaban una vida cristiana cimentada en las Escrituras, centrada en Cristo y en su obra en la cruz, y dependiente del poder del Espíritu Santo[9].

Ellos llamaban al creyente a vivir la vida cristiana individualmente delante de Dios, pero también en sus familias, en sus trabajos y en la sociedad, llevando todas las áreas de su vida y sus pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo.[10] Y aunque los puritanos no compartían las mismas convicciones teológicas en todos los asuntos,[11] doctrinalmente eran calvinistas, su cristianismo era cálido y contagioso; su evangelismo era confrontativo, pero tierno; y sus cultos eran teocéntricos y reverentes.[12] Como George Whitefield los describió: “Los puritanos [eran] luces ardientes y resplandecientes”.[13]

Se estima que los escritores puritanos fueron alrededor de 2,000.[14] Entre ellos se encuentran dos que se destacaron por hablar de la santidad de Dios y del temor de Dios, respectivamente: Stephen Charnock y John Bunyan.

Stephen Charnock

Nació en 1628. Estudió en el Colegio Emmanuel, en Cambridge, donde se convirtió y fue llamado al ministerio. En 1652 obtuvo la Maestría en Artes. Se especializó en idiomas Bíblicos, teología Reformada y escolástica, filosofía y patrística. Predicó en Irlanda entre 1655 y 1660. Sus sermones eran impactantes y su piedad reconocida.

En 1675 se convirtió en copastor del ministro puritano Thomas Watson en una congregación en Londres, donde permaneció sirviendo hasta su muerte en 1680.[15] La única de las obras que fue publicada mientras Charnock aún vivía, fue La pecaminosidad y la cura de los malos pensamientos. Sus demás obras fueron publicadas después de su muerte. Sus principales obras fueron Cristo crucificado: Una visión puritana de la expiación, Divina Providencia, La doctrina de la regeneración, La existencia y los atributos de Dios (publicada en 1681-1682), El conocimiento de Dios, El nuevo nacimiento y Verdad y mentira.[16]

John Bunyan

Nació en 1628 en Elstow, cerca de Bedford, Inglaterra. Era de un condición económica humilde. Cuando tenía 16 años, su madre y su hermana murieron con un mes de diferencia. Bunyan sirvió en el ejército, pero fue dado de baja entre 1646 y 1647. Se casó en 1648 y poco después se convirtió al Señor, comenzó a asistir a la Iglesia del pastor John Gifford en Bedford en 1651. En 1654 se mudó con su esposa y sus cuatro hijos a Bedford y pronto se convirtió en diácono de la Iglesia.[17]

Aunque Bunyan no tuvo educación teológica formal,[18] en 1655 comenzó a predicar en varias Iglesias en Bedford y cientos de personas iban a escucharlo.[19] Incluso el reconocido líder puritano John Owen llegó a decir que él cambiaría todo su aprendizaje por el poder que tenía Bunyan para tocar el corazón de los hombres,[20] ya que su predicación era cristocéntrica, poderosa, práctica y transformadora.[21]

Sin embargo, en 1660 fue arrestado y encarcelado por predicar el Evangelio y denunciar a la Iglesia de Inglaterra como falsa.[22] Estando en la cárcel, escribió varias obras, incluyendo: Conducta cristiana (1663), Oraré con el Espíritu, Meditaciones provechosas (1664), Una cosa necesaria (1665), La ciudad santa, La resurrección de los muertos, Gracia abundante para el mayor de los pecadores (1666), entre muchas otras obras.[23]

Más tarde, en 1672, aun estando en la cárcel, la congregación de Bedford lo designó como su pastor. Poco tiempo después de ser liberado, volvió a ser encarcelado, escribiendo muchas otras obras. En total, Bunyan escribió alrededor de 66 obras,[24] entre las cuales se encuentra El Progreso del peregrino.[25] Finalmente, fue liberado de prisión en 1677 y en 1679 escribió Un tratado sobre el temor de Dios. Bunyan murió en 1688.[26]

 

La santidad de Dios en la teología puritana

La santidad de Dios era un tema central en los escritos de los puritanos.[27] El puritano Edward Leigh definió la santidad de Dios como “la belleza de todos los atributos de Dios, sin la cual Su sabiduría no sería más que engaño, Su justicia crueldad, Su soberanía tiranía, Su misericordia lástima sin sentido.”[28]

Stephen Charnock, en su libro La existencia y los atributos de Dios, define la santidad como una perfección gloriosa de la naturaleza de Dios. Es la gloria y corona de Dios.[29] Él afirma que el Señor es tan glorioso en santidad, que su alabanza debe ser celebrada con temor religioso. De manera que nadie puede adorarlo verdaderamente sin una actitud de asombro y admiración por su grandeza, pues cualquier cosa que alguien pueda pensar o decir de la excelencia de su naturaleza, se queda corta ante la inmensidad de la perfección de Dios. Y deja claro, que la adoración de sus criaturas está muy por debajo de su trascendental eminencia.[30]

Dios es esencialmente y necesariamente santo. La santidad no es solo un acto de su voluntad. Él es necesariamente santo, así como es necesariamente Dios, como es necesariamente inmutable, como es necesariamente omnisciente.[31] Dios es tan inmensamente santo, que Él es una luz libre de toda mancha en su naturaleza y en sus operaciones.[32]

Su santidad es la perfección que es proclamada y repetida una y otra vez por sus santos ángeles. Es el atributo más apreciado y valorado por Él. Es la más hermosa perfección de Dios. “Es su gloria y hermosura”. Es “su vida misma”. De modo que, sin santidad, Dios simplemente no sería Dios.[33]

La santidad es la gloria, la hermosura y el esplendor de todas sus perfecciones. De modo que su justicia es una justicia santa; su sabiduría, una sabiduría santa; su poder, es un poder santo; incluso su ira, es una ira santa. La ira del hombre está contaminada con impureza, crueldad, injusticia y perturbación. Pero no la ira de Dios, pues su ira es santa y es un reflejo de su santidad. Él es santo en todas sus obras y su Nombre, que es la suma de todas sus perfecciones, es un Nombre santo. Así pues, la santidad es “la corona de todos sus atributos”[34]

De allí que, santidad es todo aquello que se conforma con la rectitud e integridad de la naturaleza Divina. Es deleitarse y complacerse en todo lo que es conforme a la voluntad de Dios y aborrecer todo lo que sea contrario a su voluntad. Pero no solo en lo externo, sino también en lo interno, pues Dios detesta toda impureza interna o externa.[35] ¿Cómo debe entonces responder el hombre ante la majestad única y gloriosa de la santidad de Dios?

 

El temor de Dios en la teología puritana

En su libro, Un tratado sobre el temor de Dios, el pastor puritano John Bunyan, analiza de manera extraordinaria el tema del temor de Dios desde diferentes ángulos, mostrando al cristiano cómo debe responder a la santidad de Dios. En primer lugar, Dios es llamado el temor de su pueblo (Gn 31:42, 53), porque Él es el Dios todopoderoso, grande y temible, ante cuya presencia la tierra se conmueve, junto con sus habitantes (Nah 1.5-6).[36] Bunyan define el temor de Dios como una “reverencia y asombro piadoso ante su majestad”.[37]

El temor de Dios no es un miedo que se produce porque Dios sea malvado, iracundo y despiadado, sino más bien, es un asombro y consternación ante la gloriosa majestad y santidad de Dios, la cual deja en evidencia la imperfección, la corrupción, la vileza y la pecaminosidad personal. De modo que, incluso las mejores obras del cristiano, su belleza, su santidad y su justicia personal, al contemplarlas ante la luz de la brillante santidad de Dios, se dejan ver como la corrupción, y los trapos de inmundicia que en realidad son. Así, “la grandeza de Dios engendra en el corazón de sus elegidos una aterradora reverencia a su majestad”.[38]

Disfrutar de la presencia de Dios conlleva un temor reverente. Aún ser perdonados, debe causar un gozo y un temor reverente, ya que al mismo que el Señor quita la culpa, hace al creyente más consciente de su inmundicia, de modo que se asombre de que el Dios Santo le perdone.[39] Aún el pensar, el escuchar o usar el Nombre del Señor, puesto que su Nombre expresa la grandeza y santidad de su naturaleza, debe producir en el creyente un temor reverente.[40]

De igual manera, adorarlo y servirlo de la manera correcta, deben ir acompañados de un temor reverente y piadoso, al reflexionar en la grandeza, majestad y santidad de Aquel a quien el cristiano está sirviendo y adorando, el cual está literalmente presente cada vez que su pueblo se reúne a adorarlo y servirlo y es celoso de su adoración y servicio (Exo 15:11; Sal 2:11; 5:7; Ap 1:13; Exo 20:5).[41]

La Biblia revela que Dios en ocasiones ha traído juicio sobre los hombres a causa de su falta de temor de Dios (Lev 10:1-3; 1 Sam 2:12-26; 4:10; 1 Cr 13:9-10; Hch 5.1-11). Dios reprende a quienes tratan su adoración como algo casual, distrayéndose y no mostrando temor piadoso ante su majestad, y también a los que buscan adorarlo como a ellos les place.[42]

El cristiano también ha de temer ante la Palabra del Dios Santo (Isa 66:2, 5), lo cual conlleva una actitud de sumisión obediente (Exo 9:20-25). Son los que temen ante la Palabra quienes están mejor capacitados para aconsejar en los asuntos de Dios. El creyente jamás ha de olvidar que al leer o escuchar la Biblia, está escuchando la voz poderosa y majestuosa del Señor (Sal 29:4-9), pues la falta de reverencia a su Palabra conlleva el desagrado y disciplina del Señor (Pr 13:13). El cristiano entonces ha de convertir la Palabra en la regla y directora en todas las áreas de su vida.[43]

Es importante también señalar, que el temor correcto a Dios no es un temor que causa un resentimiento o descontento escondido en el corazón contra Dios. No es el temor que lleva a una obediencia meramente externa para evitar el castigo, pero que no refleja una sumisión del corazón. Ese es un temor impío. El temor de Dios no es el temor que aleja al hombre de Dios y lo hace esconderse de su presencia. Quienes descuidan la práctica personal y pública de la oración, de la lectura de su Palabra y quienes no le sirven, no temen a Dios.[44]

Tampoco temen a Dios quienes le añaden a la voluntad revelada de Dios sus propios inventos y prácticas religiosas. Podrá dar la apariencia de piedad y espiritualidad, pero ese temor de Dios es un temor impío. Es necesario huir y rechazar toda forma impía de temor de Dios. En su lugar, se debe buscar el tipo de temor correcto y piadoso que es forjado en el corazón por el Espíritu de Dios.[45]

El temor de Dios que es producido por el Espíritu hace que el hombre se juzgue a sí mismo por su pecado y se arrepienta delante de Dios, clamando a Él por su misericordia.[46] Este temor piadoso procede de la relación filial que resulta del nuevo nacimiento. Quién teme al Señor sabe que aun cuando el Señor le discipline por su pecado, su relación con Él no queda anulada, pues su disciplina es el castigo de un padre amoroso y no la de un juez implacable. Por lo tanto, no hay razón para un temor desvirtuado e impío.[47]

En cambio, quienes no muestran temor de Dios o muestran un temor impío al Señor, experimentarán en su vida que el Señor a menudo quita el dulce consuelo de su adopción; que el Señor a menudo esconde de ellos su rostro; que el Señor a menudo los dejará caer en pecados que ya habían superado; que a menudo Él hace cesar la dulce ministración e influencia de su gracia en su alma. Él puede disciplinarle con sus flechas, con la culpa y la angustia; Dios puede hacerlo a un lado y no usar su vida en ningún ministerio.[48]

Él puede quitarle la vida o atormentarle con enfermedades, pero siempre será como un padre que castiga a su hijo a quien ama, y siempre pensando en el bien de su hijo. Por tanto, el cristiano ha de cuidar su vida, apartarse del pecado y cultivar el temor del Señor, porque es la falta de temor de Dios lo que lleva al hombre a pecar. El cristiano también ha de reconocer y confesar su pecado como lo hace un hijo delante de su padre.[49]

¿Cómo se desarrolla este temor santo de Dios? Este temor fluye de la impresión que causa la Palabra de Dios sobre el alma del cristiano (Dt 6:1, 2; 31:12). Por lo tanto, el hombre que continuamente recibe la Palabra de Dios en su corazón andará en el temor del Señor; en tanto que aquel que recibe escasamente la Palabra, su temor de Dios será poco. Segundo, el temor de Dios fluye del genuino y continuo arrepentimiento por el pecado.[50]

Tercero, el temor del Señor fluye de la meditación en el amor y la bondad del Señor, pues el saber que en Él hay perdón y que Él ama a sus hijos, produce una mayor reverencia y amor a Él (Sal 130:3-4). Cuarto, el temor de Dios fluye de una consideración de la realidad del juicio y la disciplina de Dios. Quinto, el temor de Dios fluye de ver la respuesta de Dios a las oraciones del cristiano. Sexto, el temor piadoso fluye de la convicción de que Dios conoce el corazón y Él es completamente justo e imparcial.[51]

Por otro lado, los resultados del temor del Señor en la vida del creyente son: (1) una reverencia piadosa de Dios; (2) una vigilancia continua del corazón y de la manera de vivir del cristiano; (3) una conversación reverencial que es agradable al Señor; (4) una reverencia por la majestad de Dios: (5) un santo anhelo por abstenerse de lo que desagrada a Dios o daña a los hermanos; (6) una sinceridad de corazón; (7) una compasión entrañable por los hermanos en necesidad.[52]

(8) Una constante y ferviente oración al Señor; (9) una disposición a sacrificar la comodidad personal; (10) una mentalidad humilde; (11) una seguridad confiada en la misericordia de Dios; (12) un uso correcto de todos los recursos que el Señor ha provisto para alcanzar la salvación (13) un deleite en los mandamientos de Dios; y, (14) un corazón ensanchado hacia Dios, hacia los hermanos y hacia los perdidos.[53]

Finalmente, ¿cuáles son los beneficios del temor del Señor? Quienes temen al Señor: (1) tendrán la certeza de que Él es su ayuda; (2) el Señor será su maestro y su guía; (3) disfrutarán de la comunión íntima del Señor; (4) podrán descansar sabiendo que el Señor tiene su mirada puesta en ellos; (5) no les faltará nada que el Señor considere bueno para ellos; (6) serán protegidos de sus enemigos; (7) la misericordia del Señor los cubrirá por todas partes; (8) el Señor se compadecerá de ellos en todo tiempo.[54]

(9) El Señor los escuchará y cumplirá los deseos de su corazón; (10) el Señor se deleitará en ellos; (11) será bendecido con la aprobación de Dios entre los santos más grandes.[55] Por lo tanto, el cristiano ha de examinar constantemente su vida para comprobar que la gracia del temor de Dios esté presente en su vida.[56]

 

CONCLUSIÓN

La santidad y el temor del Señor son dos temas centrales en las Escrituras. De hecho, el cristiano es llamado a perfeccionar la santidad en el temor de Dios (2 Cor 7:1). Por lo tanto, la santidad fluye del temor de Dios y el temor de Dios es la respuesta del corazón del hombre al contemplar la santidad de Dios.

Los escritores puritanos entendieron muy bien esta relación. Aunque fueron muy criticados por su énfasis en la santidad personal y su búsqueda de que la Iglesia siguiera la instrucción Bíblica, sin embargo, su énfasis en la santidad no era ni frío, ni muerto. Muy por el contrario, era cálido, apasionado y retador.

Leer a los puritanos, sin lugar a duda puede ser de gran ayuda y bendición para los cristianos en la actualidad. Hoy en día que la mundanalidad se ha estado infiltrando en la Iglesia, leer a los puritanos puede encender el corazón de los cristianos en una mayor pasión, entrega y devoción al Señor.

Stephen Charnock, en su libro La existencia y los atributos de Dios, eleva la mirada y el alma del cristiano a considerar cuán extraordinaria es la santidad del Dios vivo; en tanto que John Bunyan, en su libro Un tratado sobre el temor de Dios, le enseña al cristiano que el temor de Dios es la respuesta esperada ante la asombrosa grandeza de la santidad de Dios.

El temor del Señor es la respuesta que el Espíritu de Dios produce en el corazón de aquellos que Él ha salvado. Este temor de Dios se perfecciona al comprender, por medio de las Escrituras y de la ayuda del Espíritu Santo, la grandeza de la santidad de Dios, ya que entre más se acerca el cristiano a la luz de la santidad de Dios, mejor puede percibir su propia pequeñez, pecaminosidad, corrupción e indignidad; y en consecuencia, más profundo será su sentir de gratitud y asombro, al darse cuenta cuán maravilloso es que el Dios Santo le haya perdonado y le reciba con los brazos abiertos con un amor paternal.

Por otro lado, el temor de Dios le motivará a vivir creciendo en santidad. Esto le permitirá ser más cuidadoso con los engaños del mundo, de Satanás y de su propia carne, de modo que no amen el mundo ni las cosas que están en el mundo. También le permitirá estar más atento en su lucha contra el pecado. Le hará más sensible para confesar su pecado. Y le llevará a orar, adorar y servir al Señor con mayor entrega y pasión, al estar más consciente de a quién se está dirigiendo.

Así es como los escritores puritanos pueden ser de gran ayuda y bendición para el cristiano, al ayudarle a ver su vida más verticalmente y menos horizontalmente. Al elevar su vista a la grandeza del reino celestial y al guiar sus pensamientos a contemplar la grandeza de Aquel que está sentado en el trono y que es Santo, Santo, Santo.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] Joel R. Beeke, Overcoming the World. Grace to Win the Daily Battle (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2005), 9.

[2] R.C. Sproul, Pleasing God. Discovering the Meaning and Importance of Sanctification, 2.a ed. (Colorado Springs, CO: David C. Cook, 2012), 47, 50.

[3] Beeke, Overcoming the World, 16.

[4] Beeke, Overcoming the World, 16, 18; Sproul, 57.

[5] Stephen J. Wellum.“Editorial: Learning from the Puritans”. The Southern Baptist Journal of Theology 14, n.o 4 (2010): 3

[6] James I. Packer, “Why We Need the Puritans”, Themelios 21, n.o 2 (1996): 9.

[7] Joel Beeke, “Why You Should Read the Puritans”, Ligonier Ministries, https://www.ligonier.org/learn/articles/why-you-should-read-puritans, Publicada el 21 de julio de 2010.

[8] Wellum.“Editorial: Learning from”, 3.

[9] Wellum. “Editorial: Learning from”, 3.

[10] Wellum. “Editorial: Learning from”, 3.

[11] Wellum. “Editorial: Learning from”, 3.

[12] Beeke, “Why You Should Read”.

[13] Beeke, “Why You Should Read”.

[14] Beeke, “Why You Should Read”.

[15] Joel R. Beeke y Randall J. Pederson, Meet the Puritans (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage Books, 2006), [cap. Stephen Charnock (1628-1680), par. 1-5].

[16] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. Stephen Charnock (1628-1680), par. 6-16].

[17] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 1-6].

[18] Sinclair Ferguson, David F. Wright y J.I. Packer, Nuevo diccionario de teología, 8.a ed., trad. de Hiram Duffer (El Paso, TX: Mundo Hispano, 2019), 165.

[19] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 7].

[20] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 1].

[21] Ferguson, Wright y J.I. Packer, Nuevo diccionario, 165.

[22] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 9-10].

[23] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 12].

[24] Ferguson, Wright y J.I. Packer, Nuevo diccionario, 165.

[25] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 14].

[26] Beeke y Pederson, Meet the Puritans, [cap. John Bunyan (1628-1688), par. 15, 17]

[27] “Joel Beeke: The Puritans on God’s Holiness and Ours (Optional Session)”, video de YouTube. 3:36, publicado por “Ligonier Ministries”, 21 de marzo de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=ayMRTGp7Ibc

[28] Joel R. Beeke y Mark Jones, Una teología puritana. Doctrina para la vida (Grand Rapids, MI: Poiema y Reformation Heritage Books, 2021), 153.

[29] Stephen Charnock, The Existence and Attributes of God (London: Titus Books, 2013), [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 7].

[30] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 5].

[31] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 18].

[32] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 5].

[33] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 12-15]

[34] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 16]

[35] Charnock, The Existence, [cap. XI, sec. “La santidad de Dios”, par. 17].

[36] John Bunyan, Un tratado sobre el temor de Dios (Medellín, Colombia: Seminario Reformado Latinoamericano, 2020), 7.

[37] Bunyan, Un tratado, 7.

[38] Bunyan, Un tratado, 9-10.

[39] Bunyan, Un tratado, 12.

[40] Bunyan, Un tratado, 14.

[41] Bunyan, Un tratado, 14-16.

[42] Bunyan, Un tratado, 16-17

[43] Bunyan, Un tratado, 20-22.

[44] Bunyan, Un tratado, 26-31

[45] Bunyan, Un tratado, 33-35

[46] Bunyan, Un tratado, 37-40.

[47] Bunyan, Un tratado, 47-49.

[48] Bunyan, Un tratado, 49-50

[49] Bunyan, Un tratado, 50-54.

[50] Bunyan, Un tratado, 66-67.

[51] Bunyan, Un tratado, 67-71.

[52] Bunyan, Un tratado, 71-79

[53] Bunyan, Un tratado, 79-85.

[54] Bunyan, Un tratado, 87-95

[55] Bunyan, Un tratado, 95-99

[56] Bunyan, Un tratado, 103.

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Estudiante de Maestría en Teología del Seminario Reformado Latinoamericano.

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