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La Sabiduría de los Necios y la Insensatez de los Sabios.

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (v. 18-21).

Como vimos en la introducción a la carta, la ciudad de Corinto era una urbe muy desarrollada económicamente, pero también era una ciudad muy influenciada por la filosofía y el pensamiento griego. De manera que contaba con sus plazas, escuelas y foros donde los sophos de la ciudad y la región se sentaban a elucubrar sus pensamientos e ideas en torno a las distintas escuelas filosóficas griegas.

Ellos filosofaban sobre el mundo, la creación, la constitución de las cosas, el propósito de la vida humana, el mejor sistema de gobierno, economía, educación, pedagogía, ciencia, algebra, religión, el más allá, la trascendencia de las cosas, entre otros temas.

Los griegos pensaban que la philosofía, amor a la sabiduría, era lo más importante en la vida, pues, a través de este pensamiento profundo se encontraba el significado de todo. El problema es que este sentido de las cosas estaba relacionado con los deseos y perspectivas de cada pensador, por cierto, pensadores con un corazón y mente totalmente afectados por el pecado.

De allí que cada pensador tenía su propia escuela de pensamiento, de manera que existían tantas escuelas como pensadores surgieran, contradiciéndose entre sí y luchando unos contra otros.

Al parecer, muchos de los creyentes corintios llevaron esta cosmovisión y espíritu partidista a la iglesia, y así como ellos peleaban defendiendo y siguiendo a Sócrates, o a Platón, a los estoicos; ellos trataron de hacer lo mismo en la Iglesia de Dios; y trataron de crear la escuela de Pedro, la escuela de Pablo, la escuela de Apolos y la escuela de Cristo; e intentaron poner entre sí a sus supuestos representantes.

Incluso, al parecer, las escuelas filosóficas a las que habían pertenecido todavía formaban parte de su manera de pensar, y creyeron que podían hacer una mezcla entre la filosofía griega y el cristianismo. Es decir, a la sabiduría celestial que habían aprendido a través del evangelio, querían sumarle la sabiduría humana de los griegos.

Es por esa razón que el apóstol empieza esta sección recordándoles a estos creyentes corintios fascinados con la filosofía griega que la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Es decir, la sabiduría humana está trastornada por el pecado, por lo tanto, en contravía de la sabiduría de Dios, porque es santa.

Por esa razón los sabios griegos no pudieron continuar escuchando a Pablo cuando habló de la resurrección de Jesús, a ellos eso les parecía insólito, inaudito, inconcebible, acientífico. Y como en sus mentes enjutas por el pecado no podían concebir la resurrección, entonces rechazaban al cristianismo.

Igualmente, la filosofía neoplatónica consideraba que lo espiritual era sumamente bueno, mientras que lo material sumamente malo. Por lo tanto, pensar que Dios, quien es espíritu bueno, podría encarnarse, tomar forma corporal, era imposible, pues, las dos cosas chocaban entre sí; por eso no podían aceptar que Jesús fuera verdadero hombre y verdadero Dios.

El evangelio chocaba totalmente con la sabiduría griega, así como choca hoy con muchos de los hombres de ciencia, porque ellos creen que lo que la Biblia dice es contrario a la verdad, porque para ellos la verdad es lo que se puede demostrar en un laboratorio.

Pero la verdad del Evangelio no puede ser limitada a lo material, a lo físico, a un laboratorio científico. Es una verdad que trasciende estas cosas y afecta para bien la vida de los que creen, en un acto de fe, que Dios se hizo carne, que habitó entre nosotros, que murió en la cruz del Calvario para dar vida al pecador, y que transforma integralmente a aquel que confía en Jesús.

Por lo tanto, el Evangelio no trata tanto de conocimiento, aunque si lo tiene; no trata tanto de comprensión, aunque sí lo tiene; no trata tanto de demostración, aunque sí lo tiene; sino del poder de Dios obrando para salvar al que, como un niño, confía en la palabra predicada. Es poder de Dios para los que se salvan.

Por eso Pablo cita a Isaías, cuando dijo: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos (Is. 29:14). ¿Cuándo destruyó Dios la sabiduría humana? En la cruz. Ella le puso fin a todas las discusiones filosóficas respecto a la vida, la religión, la muerte, el más allá, la felicidad, etc. Todo esto halla pleno sentido solo en la revelación que nos trajo Jesús. Él es la verdadera sabiduría. Él es la verdad, él es el camino, él es la vida, él es la resurrección, él es la felicidad. Si queremos filosofar en verdad, entonces debemos partir de la revelación que nos trajo Jesús.

Por lo tanto, Pablo pregunta sarcásticamente: ¿Dónde está el sabio? ¿Qué fue de aquellos adivinos, de aquellos astrólogos, de los consejeros, de los filósofos? Ellos nunca pudieron resolver el principal problema humano: Su pecado, su lejanía de Dios, su enemistad con Dios. Jesús trajo las respuestas a todas las preguntas que se habían formulado desde la antigüedad, incluso, a aquellas que no se habían hecho nunca.

¿Dónde está el escriba? Aquellos escribanos que servían a los reyes y dejaban constancia de la historia, pero una historia amañada, ya que nunca los historiadores pudieron ver la miseria espiritual humana a la luz de la Palabra de Dios. Es una historia incompleta, pues, solo tomó en cuenta aspectos políticos, económicos, sociales y morales; pero nunca ahondó en la miseria espiritual que era la causa principal de todas las miserias humanas.

¿Dónde está el disputador de este siglo? Dónde están aquellos filósofos que discutían en las plazas y los foros? ¿Dónde están los retóricos, los sofistas? ¿Les sirvió de algo tanta discusión y discurso para cambar el corazón humano? Nunca pudieron lograr ningún cambio duradero. La vida continúa con los mismos problemas.

¿No ha enloquecido Dios la sabiduría de este mundo? Lo mismo podría decirse hoy de las ciencias políticas, de las ciencias sociales, de la psicología, de la falsa religión, y de todo sistema de pensamiento humano. Se han entontecido, y buscan la solución para los problemas humanos en la superficie, e inventan terapias y soluciones que no duran, porque el problema real no está en la superficie, sino en la raíz, y el problema esencial es el pecado. El problema principal en la vida humana, en la sociedad, en la política, en los problemas psicológicos, familiares, matrimoniales, conductuales y globales se centra en una sola cosa: El pecado.

Y la cruz es la respuesta divina para solucionar este problema. Y este es el mensaje que predicaba Pablo, que predicaba Apolos y que predicaba Cefas o Pedro. Por lo tanto, cuán tonto es volverse seguidor de un hombre o dividir a la iglesia por las facciones denominacionales, cuando el mensaje central que estos santos hombres predicaban era uno y el mismo: LA CRUZ DE CRISTO, el Evangelio de salvación.

Cuando Pablo habla de la locura de la predicación no se refiere a esa clase de predicación frenética, donde se rebasan los límites normales de las emociones, cayéndose en gritos y expresiones alocadas; no, él se refiere al Evangelio que predicamos y anunciamos a todo el mundo. Pero en esta paradoja locura es sabiduría, debilidad es fortaleza; por lo tanto, el evangelio no es locura, es lo contrario, es la sabiduría de lo Alto; solo que, frente a los postulados lógicos del razonar caído suena como locura:

Para vivir, hay que morir; Para ser grande es necesario ser el más pequeño; es fuerte el débil; si quieres ser alguien debes negarte a ti mismo; el rico es quien reconoce su pobreza espiritual; si quieres tener más debes dar más; la humildad es el camino a la gloria; hay que hacerse ignorante para llegar a ser sabio. Todo esto es locura para el hombre natural. Pero solo “cuando la sabiduría humana reconoce su propia bancarrota y el hombre se vuelve en fe a Cristo Jesús, cuya obra salvadora se proclama mediante la predicación, puede cambiar su pobreza por riquezas, el pecado por justicia, la desesperanza por esperanza, la muerte por vida. La sencillez del evangelio da lo que la complejidad de la sabiduría humana promete pero que no puede cumplir”[1].

En conclusión, los creyentes no tenemos por qué tratar de encontrar ayuda en los postulados humanos para avanzar el Evangelio en el mundo, ya que nosotros tenemos la verdadera sabiduría. No tenemos por qué andar buscando en las filosofías, pensamientos, técnicas o innovaciones humanas una mejor forma de vivir para Cristo.

Por tal razón Pablo dice: Nosotros predicamos a Cristo crucificado, Cristo sabiduría de Dios, lo insensato de Dios es más sabio que los hombres (no que en Dios haya insensatez, sino que es una forma de decir que si en Dios hubiese algún conocimiento débil, este conocimiento débil sería más sabio que lo más excelso de la sabiduría humana, es decir, no tenemos sabiduría en ningún sentido sino hemos venido a la cruz de Cristo); pues, mirad, hermanos, vuestra vocación (vuestro llamado), que no sois muchos sabios según la carne (la mayoría no somos científicos, ni filósofos, ni académicos según los hombres de este mundo, pero tenemos la sabiduría más excelsa para vivir vidas con propósito, vidas que realmente sirvan para el avance de este mundo). Porque lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios (somos necios porque no hemos seguido la corriente del mundo, esa corriente que ridiculiza la Biblia, que desobedece el evangelio, que menosprecia a Dios, a Cristo y al cristianismo; pero nosotros tenemos las respuestas que los sabios de este mundo buscan, tenemos el conocimiento y la vivencia de aquello que es la solución para los problemas más trascendentales del ser humano).

[1] Macarthur, John. Primera Corintios. Página 66

Presidente en Seminario Reformado Latinoamericano | Website | + posts

El Pastor Julio C. Benítez posee una Licenciatura en Filosofía, una Maestría en Estudios Teológicos y un Doctorado
en Ministerio. Ha sido pastor en la Iglesia la Gracia de Dios desde el año 2010, y por más de 15 años fue director del Instituto Bíblico Reformado de Colombia en convenio con el Miami International Seminary. Ha escrito varios libros: Las riquezas de Su gracia (Efesios), Cómo plantar iglesias bíblicas locales, la querra espiritual desde una perspectiva reformada, Cómo detectar a los faltos maestros (Judas); entre otros.
Actualmente colabora como presidente del Seminario Reformado Latinoamericano

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