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La Sabiduría de Dios: La Verdadera Gloria 1 Cor. 1:26 – 2:5

Introducción:

En el pasaje anterior Pablo nos empezó a hablar sobre la gran paradoja del Evangelio que salva a los pecadores a través de los medios más inverosímiles para la casta superior de la sabiduría humana. Y usa los medios más incomprensibles para dar una poderosa salvación, manifestando ese poder invencible a través de lo que los poderosos considerar una gran debilidad.

Somos salvos a través de la locura de la predicación centrada en un hecho que parece gran debilidad: La cruz de Cristo.

Y todo esto forma parte de la enseñanza general del apóstol para que una iglesia inmadura supere el espíritu partidista y divisionista que trajeron al seno de la comunidad cristiana como reducto de sus prácticas mundanas relacionadas con la filosofía griega y sus muchas escuelas de pensamiento, que, a pesar de la gran retórica y las fuertes discusiones entre sus distintas corrientes, no lograron ofrecer la solución verdadera para el centro o la raíz del problema humano: El pecado.

Por lo tanto, ahora el apóstol, entre los versos 26 del capítulo 1 y el verso 5 del 2, llegará al punto culmen de la argumentación que inició en el 1:18: La gloria del creyente no se encuentra en centrarse en algún gran predicador, pastor o apóstol; sino en Cristo Jesús, y en este crucificado; es decir, nuestra gloria es contraria a la gloria mundana; ellos se glorían en los hombres más notorios, inteligentes y fuertes, según la carne.

La gloria del cristiano, por el contrario, se basa en un hombre llevado injustamente al lugar de martirio, al lugar donde se condenaba a los criminales más temibles, al lugar de la ignominia, del sufrimiento, del dolor y de la aparente debilidad: La Cruz del Calvario.

Esa siempre será nuestra gloria, así al mundo le parezca lo más tonto.

1. La paradoja de la sabiduría de Dios

“Pues, mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (v. 26-28).

Con el fin de confirmar en los creyentes corintios lo tonto de estar gloriándose en los hombres y en las divisiones de la iglesia local causadas por distintos partidos basados en el amor carnal hacia los líderes; el apóstol les recuerda que ellos fueron rescatados de la condenación por la pura gracia de Dios que no tuvo en cuenta su situación social, económica o intelectual delante de los hombres.

Pues, cuando fuisteis llamados eficazmente, vuestra vocación, ¿Quiénes eran ustedes? La mayoría de ellos no eran considerados sophos o sabios según la élite mundana. Por lo tanto, eran vistos como una clase inferior de hombres. No eran poderosos, no estaban en la cima de las familias con más poder económico o político. No eran nobles, no venían de una familia de alcurnia o reconocimiento.

Más bien, ellos eran considerados necios, débiles, viles, menospreciados, peor que nada. Y si algunos de ellos eran algo, relacionado con los valores del mundo (como Estéfanas, Sóstenes, Crispo, Erasto y Gayo), fueron salvos a pesar de ello, pues, suele suceder que los que tienen riquezas, poder o cierto reconocimiento mundano, encuentran en ello un gran obstáculo para mostrar interés real por sus propias almas. Pues, “Dios no anda buscando personas sobresalientes para salvar y hacer su obra. No anda buscando millonarios o atletas famosos, artistas o políticos. Su salvación está abierta para ellos como lo está para otros, pero solo sobre la misma base de la fe. Exactamente aquello que los hace estar a la cabeza en el mundo puede ser en realidad lo que los haga estar a la cola en cuanto a Dios. Es el sentimiento de insuficiencia lo que hace que las personas se den cuenta de su necesidad y lo que las lleva a menudo al evangelio”[1].

Pero cuán dichosos hemos sido nosotros, pues, la debilidad y la insuficiencia que nos caracterizó fueron el mejor clima para que el poder de Dios se manifestara para salvación. Ya entendemos por qué Jesús oró y exaltó al Padre diciendo públicamente: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25).

Y cuán equivocados están aquellos cristianos que razonan de esta manera: ¡Oh, cuán bueno sería para el avance del Evangelio si se convirtiera ese famoso cantante, o ese científico de tanto peso en la academia, o ese hábil futbolista, o ese senador tan conocido! Pero Jesús no razonó de esa manera cuando escogió a sus discípulos. Y aunque algunos de ellos tenían ciertas riquezas y eran muy conocidos en su círculo cercano, el Señor no los escogió para sacar provecho de algunas de esas cosas.

Y lo que no es para deshacer lo que es. En la cultura griega el esclavo era considero como lo que no es. Recordemos que para la filosofía griega el Ser lo era todo. Por lo tanto, decirle a una persona que ella no es, era tratarla como a un animal o algo demasiado insignificante, que no era persona o no existía.

Pero, cuán asombroso es el Evangelio, alcanza con la gracia de Dios a esos que son un “don nadie”. Estos que confían en Él en medio de los desprecios, las necesidades y las muchas carencias, son las personas más importantes para Dios.

Por eso, es absurdo que el cristiano o la iglesia rechace a las personas marginadas de la sociedad, pues, la enseñanza bíblica implica todo lo contrario: si hay unas personas a las que debemos buscar para hablarles de Cristo son los marginados, los despreciados, los que la sociedad considera peores que nada.

Por lo tanto, no olvidemos nunca estos contrastes que el apóstol repite una y otra vez, pues, la tentación de querer levantarnos en la iglesia, no para servir, sino para ser reconocidos es muy grande:

No sois muchos sabios – lo necio del mundo

Ni muchos poderosos – lo débil del mundo

Ni muchos nobles – lo vil del mundo y lo menospreciado

2. El propósito de la sabiduría de Dios

“A fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (v. 29-31).

El propósito por el cual Dios salva a las personas es para que le glorifiquen a Él. Este es el fin último y más excelso por el cual Dios diseñó el plan de redención, por el cual Jesús vino a esta tierra, murió en la cruz, resucitó, envió al Espíritu Santo para que nos llamara eficazmente y nos regenerara, conforme a la elección divina, y nos convirtiera, nos santificara y un día nos introduzca al estado eterno de gloria.

Por lo tanto, nadie podrá tener una sola razón, nunca, para jactarse de su salvación, o para jactarse de los dones y capacidades recibidas del Señor, por el ministerio que Dios le haya dado, o alguna posición que ocupe en la iglesia.

Recordemos que Pablo dice que nosotros éramos débiles, tontos, simples, de manera que no podíamos hacer nada bueno por nosotros mismos; sino que Dios lo ha hecho todo. Nuestra salvación, incluso la fe que pusimos en el Señor, no dependió de nosotros, sino de Dios que tuvo misericordia. Por eso Pablo dijo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues, es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya” (Ef. 2:8-10).

Esta gracia es tan poderosa que, a través de Cristo, el crucificado, en quien hemos creído, recibimos de él: Sabiduría. Pasamos de ser necios e ignorantes a sabios, pero no la sabiduría de este mundo, sino la celestial. Podemos afirmar, sin jactancia alguna, que somos sabios en Cristo Jesús.

Esta sabiduría que recibimos de Dios, en Cristo Jesús, es tanto instantánea como progresiva. Al ser convertidos, recibimos la iluminación (2 Co. 4:6). Recibimos el conocimiento de la gloria de Dios. De lo que Él es, de sus atributos.

Pero los creyentes van creciendo en este conocimiento siempre (Ef. 1:17), y tenemos la esperanza que llegaremos a un conocimiento perfecto cuando estemos en gloria con el Señor, pues, allí veremos cara a cara a nuestro Dios.

También recibimos de él, a través de Cristo, justicia. Somos justificados por Dios, y participamos también de su justicia y rectitud. Cuando Dios mira a un verdadero creyente ve a su Hijo en él y a su justicia en él. Y esta es una de las bendiciones más grandes que nos trae el mensaje de la cruz, pues, “el hombre nunca ha tenido justicia propia y nunca puede tenerla por sí mismo, es decir, la que se origina en él. La única justicia que puede tener es la que Dios da por medio de su Hijo. Es la única justicia que necesita, porque es la justicia perfecta”[2].

También recibimos de él, a través de Cristo, santificación. En Él somos apartados para Dios, consagrados para Dios. En él recibimos una naturaleza incorruptible, y somos transformados crecientemente por el Espíritu Santo para ser más y más como Cristo.

Y por último, en Cristo recibimos la redención. Dios nos ha comprado para sí a través de Cristo, quien pagó el precio para satisfacer la ira de Dios. Esto significa que hemos sido “rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:18-19).

Ahora, si todos estos insondables beneficios los hemos recibido de Dios, a través de Jesucristo, por pura gracia; entonces, no queda ninguna razón para la jactancia o para dividirnos por partidos dentro de la iglesia. Por eso Pablo concluye esta sección diciendo: “Para que como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (v. 21).

El Pastor Julio C. Benítez posee una Licenciatura en Filosofía, una Maestría en Estudios Teológicos y un Doctorado
en Ministerio. Ha sido pastor en la Iglesia la Gracia de Dios desde el año 2010, y por más de 15 años fue director del Instituto Bíblico Reformado de Colombia en convenio con el Miami International Seminary. Ha escrito varios libros: Las riquezas de Su gracia (Efesios), Cómo plantar iglesias bíblicas locales, la querra espiritual desde una perspectiva reformada, Cómo detectar a los faltos maestros (Judas); entre otros.
Actualmente colabora como presidente del Seminario Reformado Latinoamericano

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